EL AÑO DEL ‘PAÍS POLÍTICO’
Mónica Montoya
Para un balance del año político en Colombia, debe expresarse la razón por la que es esperable un mínimo de realizaciones en un tiempo tan corto, hacer recuento de las inercias estructurales del país, y distinguir qué naturaleza es la de los sujetos o actores que hacemos dicho examen.
No es lo mismo hacerlo desde el llamado ‘país político’ a partir de una visión de las élites, a hacerlo desde el ‘país nacional’ en el mismo lugar de los excluidos de siempre, de donde venimos como insurgencia, para usar los términos empleados por Gaitán hace ya ochenta años. Por supuesto mucha historia ha corrido desde entonces.
Siendo Petro el primer presidente fruto de una identidad de izquierda que obtiene el triunfo electoral, se trata de juzgar también desde esa particularidad, suponiendo que este 2023 iba ser el del arranque de una nueva etapa histórica. Sin embargo, no fue así. Es decir: asistimos a una rutina en la que los rasgos y esencias del régimen político se mantienen o son apenas gestionados con otras arengas.
La suerte de las reformas
No era esperable, ni lo es para el devenir, un sobresalto en la formalidad de las instituciones; no desde el propio gobierno, que busca por el contrario la estabilidad y normalidad en su funcionamiento, para que dentro de esa lógica se produzcan los planes de reforma, no por fuera de lo establecido. Es más bien desde la derecha extrema -de la composición de fuerzas que se sintió desplazada en 2022, con la nueva realidad política de un gobierno que fue elegido por el hartazgo de amplios sectores populares-, que podía haber provenido esa intentona, y desde donde no es descartable se pueda dar impulso, a una especie de asalto gradual o golpe paulatino para cercar o desalojar a Petro, en todo caso para desgastarlo obligándole a frenarse en su propósito de cambio y pasar a la historia como un paréntesis sin trascendental contenido.
La paradoja está en que Petro tiene un metabolismo político suficiente para no aspirar a engullir año tras año con tranquilidad en su silla, sin impactos de fondo y a largo plazo, de los que dependa no sólo el registro histórico de su período como baluarte reformador, sino la continuidad con otro mandato de cambio que tenga su sello o uno con equivalencia o parecido, de tal modo que él sea un gran referente tras su salida probable en agosto de 2026, no antes. La contradicción está así servida: no aspira a ser un paréntesis sino una nueva página, para lo cual debería haberse atrevido hace meses a nuevas alianzas y correlaciones.
Hasta ahora esa búsqueda de alianzas no ha sido en realidad con las fuerzas sociales que le procuraron ese trampolín. Pero tampoco se ha terminado de virar cediendo del todo a las tendencias políticas o partidistas con las que armó una coalición para iniciar su gobierno con un parte de serenidad al régimen, dándoles representación importante en ministerios claves a personajes de esos círculos. No debe en ese sentido olvidarse que efectivamente algunos avances se han proclamado, aún muy cortos o en las nubes, o han sido propuestos con relativa sustentación, o se han comenzado a tramitar pese a la ofensiva de los gremios empresariales y la gran prensa, y a pesar de la reconocida desvergüenza del Congreso, como también a bloqueos internos de sus funcionarios y sobre todo externos de las catervas tradicionales presentes en todas las instancias. También han tenido peso algunos gestos, como cuando con resolución pudo cortar en abril o en otros momentos con esos socios procediendo a componer un gabinete más suyo, siendo así sembrado de más minas el destino, no el personal, sino el del país. Compensando enseguida como cuando ha hecho guiños a Uribe y otros de su ralea.
Está por verse la vida
Colombia se debate así en la lógica de la incertidumbre de un régimen que más allá de encapsular al presidente, lo controla y lo chantajea, siendo él mismo presa y dócil a ese objetivo: sabe hasta dónde le van a aguantar, no su retórica, muy profusa por cierto, sino la dinámica de cambio que sea capaz su gobierno de aplicar traspasando a otras realidades. Esa retórica, junto a su personalidad expuesta como problemática, es llevadera para la derecha, y para la izquierda de papeles, aun a riesgo del ridículo.
Se encumbra un discurso de “Colombia como potencia mundial de la vida”, que destaca a nivel internacional a su vez sobre la paz, la guerra inútil contra las drogas, la resolución de conflictos, la lucha contra las causas del cambio climático y otras nobles consignas. El 23 de diciembre en un almuerzo con ex habitantes de calle en la Casa de Nariño, expresó su empatía con las víctimas palestinas: “No puedo yo hoy como revolucionario que soy, porque lo sigo siendo en mi corazón, más que expresar mi condolencia a todo ese pueblo que sufre, allá donde nació Jesús”.
Si sus disertaciones pueden ser magistrales o sus palabras encomiables, así como su compulsión twittera altamente reveladora, los hechos no cursan por ese camino de convicción y coherencia. Claro está que podríamos ir peor, en el manejo macro económico, en la mayor descomposición por cuenta de la corrupción generalizada o en otras exploraciones, pero, como lo anotamos al comienzo para enmarcar este balance, Petro no debe a las maquinarias tradicionales su victoria en junio de 2022, sino a los estragos del hambre y del abandono que hicieron que miles y miles de colombianos en la pobreza más extrema desafiaran en 2021 el enclaustramiento disciplinar por la pandemia del Covid, el terrorismo de Estado, el trato militar a la protesta social, y salieran en masa a enfrentar la invisibilización y la indolencia, montando a Petro como esperanza de un país viable, hasta que llegó a la presidencia. De ahí que sea la razón por la que no se le pueda medir con la misma tabla que se podría emplear para Duque, Santos o Uribe como alfiles de un sistema de muerte. La perspectiva de Petro es, desde su proclama de transformaciones para la vida, bien distinta a la de esos operadores y garantes de otros intereses.
Castas aseguradas
Es por esa contradicción de orden histórico y no coyuntural, que el balance del 2023 en cuanto a la dimensión política del país, no puede ser reducido a lo que habitualmente se pone en la palestra para dibujar un paisaje en el que predominan sólo comparaciones con otros gobiernos, o cayendo en el abultamiento de rasgos personales o incongruencias familiares o de allegados, como a Petro se le ha buscado apalear por cuenta de algunos casos (el de su hijo, el de su hermano o el de su jefa de gabinete), o en el relato de otras extorsiones, de conspiraciones de cajón, o sea regulares o corrientes, como siempre las ha habido cuando unas determinadas alianzas se resquebrajan, pero sin que sea afectada la racionalidad del régimen dispuesto a hacer trizas lo que sea.
La vida política y la seguridad e impunidad estratégica de las castas no se ha visto en menoscabo. Mientras éstas recuperan espacios como pasó en las elecciones del 29 de octubre, el país sí está regado de sangre de líderes sociales, los movimientos alternativos no pueden en ese ambiente elevar su participación y su voz, cuando los paramilitares no dejan de avanzar en áreas de inserción del mercado capitalista legal o ilegal, con el apoyo de núcleos claves y mandos en las Fuerzas Armadas estatales, de los clanes regionales, además de su articulación con las nuevas formas de guerra subrogada que impulsan los gringos.
La equivocada matriz de Paz Total que Petro y una parte fundamental del país decidió propagandizar, con profundización en el 2023, demuestra que la prioridad es fragmentar en paralelo al ELN para conminarlo en una Mesa de Diálogos y desmovilizarlo en el escenario de golpes ya dados o a propinar, como lo han intentado siempre, habilitando a las bandas fruto de la degradación del país, como interlocutoras en esa homologación inadmisible, tras la cual las soluciones políticas al conflicto no pasan por cesiones desde arriba cumpliendo una agenda, sino por el uso que el régimen busca seguir haciendo de esa descomposición que sus políticas han producido.
De ahí que exista frustración, esa es la principal comprobación, porque precisamente para lo que fue elegido Petro, o sea para poner en marcha transformaciones o cambios básicos urgentes que corresponderían a una democracia elemental, no se han dado éstos mínimamente, teniendo un discurso de ese talante, contando con unos resortes o instrumentos de choque para ello y un apoyo eventual en las mayorías. En lugar de esa vigorosa evolución que es una demanda popular, han prevalecido los cálculos necesarios a fin de no agrietar el respaldo del establishment o red de poder real establecido, el nacional y el global del que depende parte de sus licencias para permanecer, en concreto Estados Unidos y Europa, que le permitan subsistir con vigilancia de daños y reposición de fichas en lo que le resta en Palacio, no siendo más que dos escasos años con los que cuenta (2024-2025), pues los últimos meses de su gobierno en 2026 tendrá ya ‘el sol a su espalda’.
2023 fue el turno de la propuesta de cambio. En adelante el protagonismo lo cobrarán: la ultraderecha que cómodamente ve el deterioro y el paso del tiempo, preparando nuevas caras, un Lafaurie o cualquier otro Milei; o el pueblo movilizado que habrá aprendido que no basta ver de lejos la espada de Bolívar.