NO MÁS VIOLENCIA CONTRA LA MUJER
Sergio Torres
Las cifras sobre el feminicidio y violencia de género son alarmantes, estamos ante una epidemia estructural que además de amenazar la vida de un género en específico, tiene en jaque la construcción de una sociedad justa e igualitaria.
Hace 40 años se planteó la conmemoración de este día, escogiendo el 25 de noviembre en homenaje a las tres hermanas Mirabal, activistas políticas asesinadas en 1960 por las fuerzas del dictador dominicano Rafael Trujillo; una conmemoración de lucha y resistencia contra todas las formas de violencia de las que son víctimas las mujeres en el mundo. Esta lucha suscita la necesidad de afrontar una realidad que sigue siendo la violencia hacia las mujeres, fruto de un modelo capitalista que encuentra en el patriarcado una forma de opresión connivente que urge derrotar.
Hoy son muchas las formas en que se representan estas dinámicas de opresión y subyugación, por tanto es una necesidad activar todas las formas de combate a este tipo de prácticas en la búsqueda de un modelo que realmente vaya en pro de la vida y la libertad; construir entre mujeres y hombres aquella nueva sociedad equitativa y humana.
La violencia contra las mujeres es una lógica perversa que hace parte de la estructura de la sociedad actual, se refleja desde la división sexual del trabajo hacia los ámbitos culturales y políticos, es por ello que el cambio de sistema trae aparejado la transformación de esta sociedad, reconociendo el desmantelamiento del patriarcado como una necesidad de todos y todas.
Requerimos empezar por asumir con la seriedad y profundidad que conlleva un problema social estructural, esta violencia de género tiene múltiples variantes, está lejos de ser un asunto individual de algunos hombres contra mujeres; está generado por un orden patriarcal, que ordena la sociedad y somete las mujeres a los hombres.
En ese sentido político y ético es fundamental desnaturalizar la violación, el acoso, las amenazas, en general la violencia en sus múltiples formas; los hombres no son violadores, acosadores, violentos por naturaleza, no nacen así, se forman en las construcciones político – ideológicas que sostienen la sociedad capitalista. La violencia sexual en general está profundamente arraigada en entornos políticos, económicos y culturales específicos.
Estamos naturalizando la violencia de género
Aterrizando esto a escenarios cotidianos se manifiesta de diversas maneras asumidas como “comunes o normales”, prohibiciones “pequeñas” de hombres hacia “sus” mujeres, el disfraz del “amor” que todo lo justifica o la abominable idea de “ella se lo buscó”; situaciones enquistadas en todos los escenarios de nuestra sociedad, que tiene como punto de partida el chip patriarcal de que las mujeres son posesiones disponibles para los hombres por el hecho de ser mujeres. Reforzado por una educación y programación cultural en las mujeres para que desempeñen un determinado papel en la sociedad.
En Colombia es bastante común escandalizarse por casos de violencias aberrantes que por ello mismo logran trascender el silencio, pero que difícilmente logran activar conciencias o al menos reflexiones de fondo; sin embargo, según en el Boletín mensual del Observatorio colombiano de feminicidios de la Red feminista antimilitarista, en lo corrido del 2022 en Colombia van 445 feminicidios, siendo el Valle del Cauca (80), Antioquia (64) y Bogotá D.C. (59) las regiones con mayores índices de este tipo de violencia de género.
Según datos de Amnistía Internacional en 2011, de los 57 mil crímenes confesados durante el proceso de Justicia y Paz con los narcoparamilitares, tan solo 86 corresponden a violaciones, es decir el 0,15 por ciento y lo que es peor no existe ninguna condena al respecto [1].
Más aterrador aún es que la mayoría de estos casos quedan en la impunidad, la inmensidad de casos de otras violencias en su mayoría ni siquiera llegan a denunciarse; las mujeres son nuevamente víctimas en este caso del llamado silenciamiento social y se cumple un ciclo en donde “no pasa nada”, nuevamente el problema se queda en un ámbito privado, individual y sin forma de combatirse.
Requerimos de compromisos y esfuerzos profundos que apunten a desinstalar los arraigos patriarcales que impulsan y sostienen la continuidad de las violencias de género, entender que la lucha por una nueva sociedad conlleva la eliminación de esta forma de dominación; y sin ambages ni tolerancias empezar a actuar en esa vía desde todos los escenarios de la vida.
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[1] Narrativas sobre la violencia sexual en el marco del conflicto armado colombiano. Derecho y Ciencias Sociales. Abril 2016. No 14