8M: ME HICE GUERRILLERA EN MI CIUDAD

Oriana Torres

Soy una de las tantas mujeres urbanas que hoy nos encontramos en las ciudades colombianas y que nos hemos formado y construido siendo guerrilleras.

Inicié en el colegio de secundaria, una vivencia hermosa, integrándome a un colectivo del ELN, allí me formé en esa época de lucha estudiantil. Estaba en los planes del colectivo llegar a zonas de vulnerabilidad social, para conocer las realidades que nos enseñaron a sentir en lo más profundo de nuestro ser, lo que despierta no tener una vivienda donde alojar a sus hijos, no tener plata para la salud y no poder conseguir la comida del día a día. Así me fui comprometiendo con ese dolor, la angustia de los pobres la fui sintiendo mía, que sentó las bases para formarme como una guerrillera elena.

Empecé a ser parte de una Comisión de trabajo político-organizativo clandestino en mi ciudad, éramos un equipo asignado a un territorio, para operar allí como ELN; experiencia enriquecedora, ya que el contacto con la población permite interiorizar y enriquecer nuestra propuesta política. Patrullábamos en las noches, salíamos al encuentro con las personas de la comunidad, estrechar sus manos, ver sus rostros con gran aceptación a pesar de nuestras capuchas, escuchar los planteamientos de sus problemas y dificultades, marcó en mí la decisión de entregarme a este proyecto de vida y revolución.

Con el correr del tiempo nos afianzamos en el territorio, la gente nos cuidaba, empezaron a entender cuál era su real enemigo. Al ser capturada junto con mi hijo, fue un momento difícil, pues me tocó entregarlo al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), donde una madre sustituta lo atendió temporalmente, después con la ayuda de algunos familiares logré recuperar a mi hijo.

Recibí una condena por rebelión y me tocó adaptarme a un escenario nuevo, como es la cárcel desbordada por la corrupción, los carceleros forzaban relaciones sexuales con las internas, hacían parte del consumo de drogas y del microtráfico dentro del penal. Era un ambiente muy negativo al cual no estaba acostumbrada, pues en la guerrilla esto no se ve.

Confrontarme con esta realidad me fortaleció y empecé a hacer trabajo social con las internas, unas procesadas o condenadas por estafa, comercio de drogas (Ley 30), ‘mecheras’ (mujeres que entran a los supermercados a llevarse productos y así consiguen el sustento de su familia), habitantes de calle, entre otras.

Construimos el Comité de Derechos Humanos, hicimos cursos de alfabetización, talleres de cultura política, explicamos quiénes éramos las guerrilleras, pues en sus mentes tenían que éramos mujeres malas. Con la práctica y el compartir diario con ellas, les hicimos comprender el valor de ser mujer y la necesidad de que haya mujeres en la lucha revolucionaria.

Este colectivo de mujeres empezó a contar con respeto en los patios de la cárcel, su unidad era firme y fuerte, nos convertimos en una presión colectiva enorme, que lo que sucedía con una, involucraba a todas. Había muchachas recluidas por consumo de drogas con autoestima muy baja, con ellas nos convertimos en sus madres, recalcándoles la importancia y el valor de cada una, direccionando a que cuando salieran libres fueran mujeres totalmente diferentes, esa era la verdadera resocialización.

Pasé por dos cárceles de máxima seguridad. El día que salí lloré, como tenía mucho tiempo que no lloraba, lloré porque llegó mi libertad, pero no lloré porque salía, sino porque dejaba a todas las compañeras con las cuales en los últimos años compartimos la soledad, la preocupación por nuestros hijos, la tristeza porque nuestros compañeros afectivos nos abandonaran, el dolor por las muertes ocurridas dentro del penal, por la desatención médica… hoy las recuerdo a todas y me gustaría saber dónde están.

Hoy en este 2024 continúo en la guerrilla, con mis hijas e hijos, con mis compañeros y compañeras próximos a cumplir 60 años de lucha y resistencia como ELN. Desde aquí fortalecemos la propuesta de la mujer guerrera, de la obrera, de la vendedora informal, de la campesina, de la mujer urbana.  Firme en el compromiso adquirido con la lucha del pueblo colombiano, como dice nuestra consigna de Ni un paso atrás, liberación o muerte (Nupalom).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *