CONDICIONES PARA HACER POSIBLE LA PAZ

CONDICIONES PARA HACER POSIBLE LA PAZ

Antonio García, Primer Comandante del ELN

Cuando se piensa de manera seria en la Paz, como meta para superar el conflicto armado interno que vive Colombia, estamos obligados a precisar cuáles son las causas de fondo que originaron dicho conflicto. Para que una guerra dure más de medio siglo, no puede ser por puro capricho, imagen que ha querido venderse.

Por lo general nunca vemos a los gobernantes pendientes de solucionar las necesidades de la gente. Deberían estar identificándolas antes que produzcan malestar en las comunidades. No son Gobiernos ni Estados para la gente, sino para otros intereses, tienen otras prioridades; por tanto, las gentes están condenadas a protestar para hacerse escuchar.

Las causas que originan el alzamiento armado están esencialmente en la persecución política de la oposición, de quienes protestan contra los gobiernos por conseguir reivindicaciones para su mejor vivir. Cuando estas protestas se hacen recurrentes, se repiten cada mes, cada 6 meses, cada año, la protesta se hace sistemática por cuanto los Estados y Gobiernos no atienden la voz que reclama de manera justa, y se da el uso de la fuerza y la violencia para acallar las protestas. Como resultado de lo anterior vienen los prisioneros políticos, los perseguidos, los desaparecidos, los asesinados y los desplazados.

Podemos decir que prima el uso de la fuerza y las armas en el tratamiento de los conflictos sociales y políticos, no el diálogo ni la concertación. Cuando estas últimas se usan, es para ganar tiempo y calmar la protesta para seguir incumpliendo. Una vez desarticulada la protesta, se da el castigo, la penalización, la captura, el asesinato de los dirigentes.

Es en este contexto que sucede el alzamiento armado, cuando los dirigentes sociales y comunitarios no ven otra salida para lograr cambiar la realidad de vida de la gente, acuden a las armas para defenderse, para seguir viviendo y organizar la lucha por un futuro mejor.

Por eso cuando desaparezca la persecución del Estado contra quienes protestan y dialogue con ellos para construir soluciones, dejarán de existir las razones de fondo del alzamiento armado.

Así como hay estudiosos en el mundo que han señalado las causas del alzamiento armado, los hay también para ubicar las condiciones que podrían hacer posible la paz en un conflicto armado interno, como el caso de Colombia, y han señalado que podrían ser dos condiciones esenciales:

La primera que los gobiernos decreten una amnistía o liberación de los prisioneros políticos. Una medida de esta naturaleza sería un mensaje claro, que permitiría hablar para erradicar la persecución política para quienes protestan; lo cual abriría una opción de diálogo entre el Estado y la sociedad para buscar salidas a los problemas de la gente.

La segunda, que no haya uso sistemático de la fuerza y de las armas de una de las dos partes, que no se busque el aniquilamiento militar de la otra; se entiende que se trata de la parte más fuerte.

Son dos condiciones para hablar verdaderamente de voluntad de paz, es la experiencia en el mundo; si ellas no se dan, estaríamos ante una mera ilusión, sería tierra movediza.

Para desventura de los colombianos, se han introducido las lógicas de la clase dominante y se justifican como ideario a toda la sociedad, que a una Mesa de conversaciones el Estado debe llegar con mucho poder y la guerrilla completamente debilitada, a punto de ser aniquilada, para que la negociación sea favorable al establecimiento. Incluso se arman teorías sobre negociaciones: «Cómo negociar sin ceder», así se llamaba el libro que llevaba Chucho Bejarano en las conversaciones en 1991; por eso, mamándole gallo, yo le decía que debía leer uno mejor: «Cómo ceder sin negociar».

Nadie puede confiar en un escenario de ese tipo, pues no se trataría de solucionar las causas que lo originaron, sino el medio o vehículo que asume la sociedad o una parte de ella para hacerse escuchar. Por eso en Colombia no se han realizado auténticos procesos de paz, como escenario para atacar las causas que originaron el Conflicto, sino escenarios para reafirmar la autoridad del Estado; no para analizar por qué se recurre por parte del Estado al uso de la fuerza y de las armas para tratar los conflictos sociales.

En Colombia se ha ido más lejos; aún, en el mismo escenario de una negociación, se realizan de manera sistemática operaciones militares ofensivas para doblegar al contrincante, incluso de manera direccionada contra sus dirigentes, para “darlos de baja”. Esta política es la confirmación que no estamos ante una negociación, sino ante un escenario donde deben aceptarse sus reglas.

Diferente sería que el Estado ofrezca una política transparente, donde se considere la reducción el uso de la fuerza y de las armas en el transcurso de una negociación, a que se discuta ese asunto. Pero no ha sido así, sino todo lo contrario.

En 1982, en el marco de una política de paz, Belisario Betancur decretó una amnistía, aunque limitada, fue un gesto; pero al poner a rodar los diálogos se activaron los grupos paramilitares por montones; por los mismos años, con la publicación del libro del General Landazábal Reyes sobre «contrainsurgencia» se reafirmó dicha doctrina, se negaba la segunda condición, y desde ahí para acá, no ha existido ni la primera condición ni la segunda.

La única política de paz que ha existido son negociaciones limitadas con imposiciones, donde esencialmente se busca las desmovilizaciones de la guerrilla, pero no la superación de las causas que originaron el alzamiento armado; luego, los desmovilizados son vistos con recelo si no se pliegan a las lógicas de la política del establecimiento. Lo importante para los gobiernos es que todo siga igual, pero será peor para la gente. Esa ha sido la historia que se repite una y otra vez, la guerrilla se desmoviliza y la población tiene que seguir movilizándose y el Estado continúa usando la violencia contra ellas. El ciclo continuará.

Si se quiere una paz real y que funcione para la gente, habrá de hacerse de otra manera.

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