ÁFRICA: ENTRE LA DESCOLONIZACIÓN Y LA GUERRA

ÁFRICA: ENTRE LA DESCOLONIZACIÓN Y LA GUERRA

Anaís Serrano

África, la cuna de la humanidad, parece destinada a una interminable lucha entre la búsqueda de su descolonización definitiva y el saqueo permanente de sus riquezas minerales por las potencias occidentales.

El llamado Continente Negro ha sido históricamente un territorio en disputa por las potencias, que han construido su poder a costa del robo y expoliación, para aumentar las arcas del occidente global. Su lamentable cercanía con Europa, la ha mantenido sometida a repartos inconsultos con sus pueblos, que han trazado límites arbitrarios entre sus territorios ancestrales.

A finales del siglo XIX, con el llamado ´Reparto de África’, Europa cimentó y legalizó internacionalmente el saqueo imperialista, que se fue reacomodando luego en el siglo XX al terminar las grandes guerras mundiales y se legitimó con los acuerdos fundacionales de la ONU, a costa del hambre y la miseria de sus pueblos originarios.

África comenzó su proceso de descolonización en la década de los 60 del siglo pasado. Ese proceso aún continúa dado que, a pesar de los supuestos Acuerdos de Apoyo y Colaboración surgidos con las firmas de Independencia, gracias a la oleada de luchas anticoloniales y antiimperialistas, tales Acuerdos en la práctica sostuvieron la injerencia y la continuidad de controles económicos, monetarios y comerciales, que perpetuaron la entrega de las riquezas a las metrópolis coloniales.

El siglo XXI

En los últimos años, hemos visto cómo las antiguas colonias francesas han comenzado a liberarse de las políticas injerencistas y monetarias vigentes en sus territorios, las que subordinaban las transacciones comerciales y los acuerdos de explotación de bienes naturales, haciéndolos cumplir las políticas de Francia y de la banca francesa.

Llevando a cuestas siglos de expoliación, corrupción y pobreza, los pueblos de la región del Sahel, se dieron las formas necesarias de resistencia y por medio de golpes de Estado de militares nacionalistas en Malí, Niger y Burkina Faso, asumieron las transformaciones necesarias para construir economías propias y políticas comerciales comunes, además de consolidar un bloque de defensa contra la agresión mercenaria extranjera, que golpeado su región en la última década.

Estas acciones mercenarias las incrementaron justo al momento de consolidar la salida de Francia de sus antiguas colonias, realizadas con grupos organizados y entrenados por potencias occidentales, para buscar la desestabilización del territorio, mantener la división y continuar con el saqueo.

Los mercenarios y paramilitares los agruparon en diferentes estructuras que tienen vínculos demostrados con Estados Unidos y Europa, con los que controlan diferentes zonas; por ejemplo, el autodenominado Estado Islámico (ISIS) se aferra a El Sahel y África Occidental, mientras Boko Haram se riega por El Sahel, y una filial de Al Qaeda (Jama’at Nusrat) la activaron en El Sahel y el norte de África.

El cándido Congo y el imperio desalmado

Las dinámicas de despojo y explotación están diseminadas en otros territorios del continente, que todavía no logran impulsar sus procesos de descolonización y que al poseer recursos estratégicos para el desarrollo tecnológico, son presa de un acuerdo tácito entre las potencias para mantener su desestabilización. Este es el caso de la República Democrática del Congo (RDC), donde occidente demuestra la capacidad que tiene para organizar el caos, para así mantener la expoliación de un territorio.

La RDC es rica en coltán y cobalto, elementos necesarios para el desarrollo de altas tecnologías de comunicación y militares, por esto, ha estado presa de una guerra interna con financiamiento de Francia y EEUU, por medio de una organización mercenaria a la que denominan Movimiento 23 de marzo (M23), que protagonizó una supuesta rebelión detrás de la cual también se encuentra la vecina Ruanda.

Estos mercenarios han logrado controlar los principales yacimientos de minerales estratégicos en el oriente congolés, cuya venta ilegal sostiene la desestabilización, incrementa las arcas de los mercenarios y beneficia directamente a multinacionales tecnológicas.

Según investigaciones e informes entregados a la ONU, al menos 22 empresas compran el coltán a los mercenarios a precios del mejor postor, entre las que se encuentran corporaciones de EEUU, Alemania, Bélgica, Reino Unido e Israel.

En las últimas semanas, imitando lo ocurrido en Siria, el M-23 desarrolla una incursión de militar desde el oriente, apoyado por tropas ruandesas contra las principales ciudades de la RDC. A su paso han venido dejando masacres, violaciones y vejámenes a la población congolesa. Su objetivo, según lo han manifestado, es tomar Kinshasa la capital de la RDC.

La Resistencia global

Occidente global acelera de esta forma la retoma del África, cuya perspectiva en los últimos años se ha visto orientada a la iniciativa comercial con China, que les brinda inversión sin las obligaciones que le imponen EEUU y Europa. Y con Rusia, que además le ha brindado apoyo en seguridad.

La ola de violencia y de criminalidad con la que se desarrolla este comienzo del 2025, sólo demuestra la capacidad con la que las potencias occidentales intentan sostener su vieja hegemonía. Mientras pueblos, como los del Sahel, han comenzado a resistir con una nueva postura política e ideológica, y otros lo hacen para subsistir.

Cualquiera que sea el caso, las dinámicas de la resistencia de los pueblos debe convocar a los hombres y mujeres a comprender el desarrollo actual de la guerra, para definir las formas en que se puede confrontar al imperio y sus lacayos.

Independientemente de las magnitudes, la lógica es la misma en África que en Colombia: Ejércitos proxys usados para desestabilizar, controlar y entregar las riquezas a las multinacionales.

La resistencia en unidad es la forma más efectiva que se pueden dar los pueblos. La Confederación del Sahel lo está demostrando y su ejemplo, comienza a expandirse por nuestro Continente Madre.

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