CORRUPCIÓN ESTRUCTURAL Y SOBERANÍA
Sergio Torres
Como buenos mafiosos que son, la tradicional Clase Política colombiana que representa al viejo régimen, se aplica a fondo para agrandar la adicción a la corrupción en el Estado, para que ningún Gobierno pueda rescatarlo. Maquinación promovida desde la plutocracia del imperio.
La actual coyuntura de amenazas y señalamientos contra gobiernos latinoamericanos, resalta la vieja y fracasada idea de la Doctrina Monroe, con la cual Estados Unidos creyó por mucho tiempo que centro y sur América eran su Patio Trasero. En donde la injerencia dentro de sus gobiernos, a partir de presiones políticas, imposiciones, mercenarios y hasta invasiones, hizo mantener posturas sumisas de varios de esos gobiernos. Por ello, hoy la amenaza resurge ante la negativa de algunos de asentir obedientemente, además de buscar otras formas de relacionamiento internacional.
En Colombia, la larga historia de sumisión a los designios del imperio norteamericano, han creado infecciones estructurales dentro del Estado, que actúan como garantes internos contra cualquier posibilidad de transformaciones. Para lo cual, el remoquete de democracia funciona y actúa como bandera, aunque desteñida, roída y desgastada. La corrupción y el narcotráfico al interior del Estado, son las plagas inoculadas por las mafias políticas tradicionales y emergentes, bajo la orden y la asesoría de Washington.
Dos figuras representativas de la podredumbre
La actual coyuntura guarda ciertas similitudes con los gobiernos de principios del siglo XXI. Durante los cuales la mano de los EEUU revolvió con terror la realidad del mundo. Y en Colombia reimpulsó la Doctrina de Seguridad sobre el Enemigo Interno y catapultó la contrainsurgencia, disparando un genocidio contra las organizaciones sociales y todo aquel que no asumiera las órdenes de los nuevos capataces. Incluso, trató de instalarse una cultura paramilitar y traqueta que, aunque logró escalar en algunos territorios, fue derrotada por la resistencia popular.
El gobierno de Andrés Pastrana (1998-2002), implementó el llamado Plan Colombia, un programa de intervención e injerencia política y militar de los EEUU en Colombia, bajo la excusa de la fracasada Guerra contra las drogas y la declaración de incapacidad contra el Estado colombiano, por no cumplir con sus obligaciones fundamentales. Todo, después de haber sacudido al país financiando la guerra entre carteles narcotraficantes, además de impulsar el narco paramilitarismo y desestabilizar gobiernos anteriores a Pastrana.
Las coincidencias o semejanzas históricas no son casualidad. Durante el período de Ernesto Samper (1994-1998), EEUU impulsó una guerra entre carteles y creó estructuras narco paramilitares, descertificó al presidente de turno y lo relacionó con el narcotráfico. Justo después vinieron los periodos aciagos del entreguismo servil y la escalada de intervención violenta, con crímenes de Estado abordo, financiados por el Plan Colombia durante los gobiernos de Pastrana y Uribe Vélez (2002-2010).
El antecedente maldito que se vuelve excusa
La vinculación, captación y secuestro del Estado por las mafias narcotraficantes funcionales y bajo el amparo norteamericano, ha profundizado en sí mismo los niveles de corrupción y degradación política, así como el odio del viejo régimen hacia las mayorías pobres.
Esa situación de profunda corrupción estatal, condena y somete al país a perpetuar las causas del conflicto, al sostenimiento de la guerra, en la cual el Estado mantiene sociedad y connivencia con actores agenciados desde Washington.
De esta manera, la captura del Estado por estas mafias, impide que existan verdaderas posibilidades de solución política del conflicto y construcción de transformaciones profundas. El impedimento en todas las ramas del poder para cumplir con sus funciones y el estar al servicio de estas, hace imposible pensar en la solución de los problemas por esas vías. Situación que es absolutamente funcional a los intereses del imperio de EEUU. En cuanto perpetúa la desigualdad, impulsa la violencia y, por si fuera poco, mantiene un narcoestado que se convierte en comodín que justifica cualquier acción.
Un mal de ese tamaño, solo se puede enfrentar con la decisión popular, movilizada y resuelta a confrontar esas mafias en todos los escenarios. El enquistamiento histórico de esos males no se cura de la noche a la mañana. Será necesaria una conciencia sólida, unitaria y decidida, que siga propinándole derrotas a ese viejo modelo, que, aunque agonizante, aún tiene raíces profundas.