RACISMO Y XENOFOBIA, LOS PILARES DEL SUPREMACISMO

RACISMO Y XENOFOBIA, LOS PILARES DEL SUPREMACISMO

Anaís Serrano

Esta semana se presentaron manifestaciones y levantamientos populares en la ciudad de Los Ángeles, la sede de Hollywood, en una suerte de película distópica, de las que nos han acostumbrado a ver durante la última década.

La administración de Trump ha desplegado una gran avanzada mediática, política y represiva para poder hacer lo que en su ideología supremacista concibe como su gran sueño, el “Make America Great Again” (MAGA), Hacer de América (la de la doctrina Monroe) grande otra vez.

Obviamente esa América no es la de las personas de origen latino, ni mucho menos de las pobres o negras. Está concebida desde una idea enraizada en la formación misma de ese país de colonos y genocidas, país del “Destino Manifiesto”. Del mismo modo que su satélite sionista, creen que están llamados a liderar, colonizar, robar y hasta matar niños y niñas, en nombre de un dios que los ha señalado como pueblo elegido.

Política antimigratoria

Para poder construir esa realidad supremacista, se ha fortalecido una política dirigida a deshacerse de lo que no representa la cultura estadounidense, y eso implica sacar a como dé lugar del territorio norteamericano, a todo ser humano que no tenga rasgos blancos, es decir, que no represente los genes que consideran puros, tal como lo plantearon las hordas hitlerianas hace 100 años.

Esto explica por qué la política antiinmigrantes de Trump es en realidad similar a la de otras administraciones. Las personas migrantes constituyen un ejército de mano de obra barata que al ser más perseguida, ofrece su fuerza de trabajo a menor precio. Lo nuevo en esta gestión imperial es la brutalidad con la que se ejecuta, el escándalo mediático que ha generado y la respuesta de la gente en las calles.

La exacerbación de la xenofobia también alcanza niveles nunca antes vistos. El centro de sus ataques ha sido la población latina, con deportaciones masivas sin importar la legalidad de su estadía en el país del norte y la contratación de cárceles en terceros países, como El Salvador.

La fórmula utilizada en estas últimas semanas corre a manos del Immigration and Customs Enforcement (ICE – Servicio de Inmigración y Control de Aduanas), ejecutando redadas masivas que han centrado su accionar en Los Ángeles, California, con tal grado de violencia, que lo único que ha logrado es generar levantamientos y movilizaciones, para denunciar y contrarrestar la violación de derechos humanos, la ilegalidad y el trato criminal que han caracterizado dichas redadas.

La escalada de protestas que se han suscitado es también producto del hartazgo de un despojo centenario de tierras mexicanas, y del usufructo del trabajo de los y las migrantes con bajos sueldos, sin seguridad social, con la diaria amenaza de cárcel y deportación.  La permanente represión y la constitución de un Estado policial al servicio de las élites supremacistas, han obligado a Trump a mostrar el verdadero rostro del emperador que pretende ser.

Ha ordenado el despliegue de miles de efectivos de los Marines y la Guardia Nacional en Los Ángeles, para reprimir y encarcelar a quien se atreva a protestar, pasando por encima e incluso amenazando a los gobiernos estatales y locales. Estas medidas autoritarias, no solamente exponen su carácter prepotente, sino que a su vez muestran la debilidad interna del imperio y su incapacidad al enfrentar una resistencia organizada y masiva.

Las movilizaciones, más allá de los migrantes

Si bien el centro de las protestas es el rechazo a las políticas migratorias, y han estado asentadas por la comunidad migrante latina, sobre todo en California (en donde residen 10,6 millones de migrantes, una cifra que representa el 22 por ciento de la población de nacidos en el extranjero en todo EEUU), estas se han extendido por todo el país por donde ha pasado el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, pero que también ha convocado a población norteamericana que tiene afinidades familiares con los latinos, y a muchos que, sin tenerlas, han decidido levantar su voz por lo que consideran un sinsentido de la política Trumpista.

Las organizaciones que se han establecido en favor de los migrantes durante las ultimas décadas, tienen muchas formas de resistencia, esto incluye apoyo legal, redes de protección, refugios clandestinos, y sistemas de comunicación para soportar las redadas y la represión. Son estructuras de base que han consolidado una nueva forma de territorialidad que disputa al supremacismo su poder.

La necesidad por sostener la hegemonía del capitalismo mundial como vanguardia blanca, conservadora y sostén del destino impuesto por dios, hace que en su arrogancia muestre la verdadera esencia de la democracia y la libertad que pregona, y en esa tarea justifica todo lo que haya que hacer para preservarla.

La narrativa del migrante “criminal, invasor, ilegal”, le sirve entonces como un detonante para reorganizar el poder y las formas de control, pero esa narrativa discrimina niveles. La migración blanca, opulenta y del primer mundo, es bien recibida con la compra de la Gold Card, y una buena inversión en el país del norte; la migración de segunda clase, la pobre, termina siendo un papel de uso. Lo que esta en juego no es, entonces, un problema de migración, es sobretodo, una disputa de clases.

La disputa

Como era de esperarse, algunas disputas internas se han desatado en el poder como consecuencia de esta política. Por un lado las redadas ya han comenzado a afectar importantes sectores económicos, algunos incluso cercanos al gobierno, estos son la construcción, la agricultura, la hotelería y restaurantes, donde la mano de obra inmigrante es definitiva.

Ante la gravedad de la afección de intereses económicos, ICE decidió suspender las redadas al menos en tres sectores y Trump insinúa tener una propuesta para el sector construcción, pero hasta ahora la población migrante se mantiene lejos de esos lugares de trabajo en buena parte del país.

El partido demócrata aprovecha las protestas como espacio de campaña temprana para las elecciones de medio término, que se realizarán en cerca de cinco meses. Una rencilla interna entre las élites por el manejo económico y de acumulación, sin poner en riesgo el sistema capitalista que los sostiene y que, saben, se encuentra en profunda crisis.

La disputa real, la que les puede fraccionar el sistema y su modus vivendi, es la resistencia de los pueblos del mundo, y ahora está haciéndose evidente en sus propias calles.

Las movilizaciones que se gestan en todo el país y que van diversificando sus consignas, sus peticiones y sus demandas, se comienzan a conjugar. Sin importar su color de piel, su género, su identidad cultural, pobres en esencia, se mezclan en una hermosa heterogeneidad que se para y planta cara al imperio en sus propias fauces, justo cuando Trump en su inmenso ego, junta fechas patrias con su cumpleaños y dispone un gran desfile militar, para honrarse a sí mismo.

Bajo el nombre No Kings (No reyes) en franca alusión al administrador de la Casa Blanca se gesta el movimiento 50501 que denuncia el desafío del gobierno a los tribunales, la deportación de estadounidenses, la desaparición de gente de las calles y en suma, el ataque a los derechos civiles. “En Estados Unidos no tenemos reyes (…)  nos levantamos todos”, dicen.

Este gran movimiento puede convertirse en la bola que arrastre al imperio a su declive interno y en ese devenir permita a los pueblos del mundo reorganizar la resistencia.

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