CONDENA SOCIAL
Damaris Izaguirre
La variante de Estado que resistimos padece de corrupción estructural porque ataca y no sirve al soberano que es el pueblo, sus poderes en ruina como árboles podridos no tendrán sanación con solo lavar una que otra ‘manzana podrida’, una solución radical debe abordar el problema estructural.
El candidato presidencial Gustavo Petro desató un tornado político con su propuesta conceptual de ‘Perdón Social’, que además de ser polémica por lo que atañe al hecho de perdonar al victimario o a los ladrones del erario, aparentemente coincidió con la visita de Juan Fernando Petro a la cárcel de La Picota donde se reunió con políticos condenados por corrupción como Iván y Samuel Moreno Rojas; esto generó la narrativa de que un emisario de Petro se reunía en las cárceles con corruptos para “canjear rebajas de penas por votos”.
Gustavo Petro en sus redes sociales afirmó que, “el perdón es social, sin perdón no hay reconciliación, si el país ha vivido décadas de violencia la única manera de saldar las heridas es a partir de un inmenso perdón global; el perdón social no es impunidad es justicia reparativa, el perdón social no es encubrimiento es un proceso de verdad histórica, el perdón social no es ni jurídico, ni divino, es un perdón terrenal de la ciudadanía, el perdón social no lo ordena el Presidente sino la sociedad”.
Las explicaciones de Petro y diferentes integrantes del Pacto Histórico respecto a la propuesta del Perdón Social deja más dudas que certezas, y la cosa se vuelve más confusa aun cuando vemos que en las toldas petristas y en roles representativos se encuentran reconocidos ‘camaleones políticos’ como Roy Barreras y Benedetti; además están frescos en la memoria los acercamientos y casi acuerdos políticos entre el Pacto Histórico y viejos aliados del paramilitarismo como Luis Pérez, y ni qué decir de la novela mediática en torno a que el clientelista y bastión de la política rancia César Gaviria se adhiriera a la campaña de Petro.
Todos los Partidos y candidatos son libres de hablar y pactar con quien deseen, pero si optan por ‘andar con el diablo’ solo les queda bajarle al discurso moral y dejar de mostrarse como propuestas mesiánicas, ya que los colombianos estamos hartos de los falsos ‘ídolos de barro’, y reclamamos por sujetos políticos que traigan verdaderos cambios y transformaciones, y estos no se logran utilizando los viejos medios y aliándose con cualquiera a cambio de votos, se construye con seres nuevos que no estén contaminados por el clientelismo rancio.
Es evidente que, una de las características más relevantes del actual proceso electoral colombiano, es la pobreza programática y doctrinaria de los candidatos presidenciales y de las coaliciones de agrupamientos electorales -que no Partidos Políticos- por ellos representados. En tal sentido, es de indudable pertinencia el análisis de Damaris Izaguirre sobre un tema en extremo polémico en virtud del apasionamiento y las suceptibilidades que despierta, esto es, el «perdón social», propuesto por el candidato del Pacto Histórico, Gustavo Petro. No redunda señalar que el abordaje teórico-práctico de dicha categoría data de la postrimerías de la II Guerra Mundial a raíz de los Crímenes de Guerra y Crímenes de Lesa Humanidad en ella perpetrados por los ejércitos de ocupación nazis y por las tropas aliadas. Ciertamente, la polémica generada en gran medida obedece a la carencia de rigor conceptual y político con la que fue presentada la propuesta. Una breve alusión a los planteamientos que sobre el tema hace el filósofo francés de origen argelino Jacques Derrida bastó a Petro. Craso error. En su pretendida fundamentación conceptual, brilló por su ausencia lo preconizado al respecto por el también filósofo galo Vladímir Jankélévitch, para quien «es legítima la posibilidad de no perdonar como modalidad política de la justicia». El mismo Derrida ilustra la temática: «Es Jankélévitch el que habla, en una situación determinada, de deber de no-perdón (…) En el texto que escribió cuando en Francia se debatía la ley acerca de la imprescriptibilidad de los crímenes contra la humanidad hacía un llamado al deber de no-perdón porque el perdón puede engendrar el olvido». Y acota sobre ello: «El perdón no debe engendrar el olvido (…) Hay una posibilidad de perdón, pero también hay un deber de no-perdón con el fin de que algunas cosas queden marcadas de forma indeleble en la historia de la humanidad. La voz de las víctimas se alza para protestar contra la amnistía que se les concede a los criminales en nombre de la reconciliación» (https://redaprenderycambiar.com.ar/derrida/textos/justicia_perdon.html). Para Jankélévitch, el perdón tiene dimensiones filosóficas, ético-morales y políticas, y se estructura en dos «momentos»: el primero es el de «olvido hiperbólico», caracterizado porque el perdón es absoluto, incondicional. El segundo, es el «deber de no-perdón» y se sustenta en que el perdón puede engendrar olvido, el cual, en relación con Crímenes de Lesa Humanidad, es inadmisible toda vez que posibilita la recurrencia de estos.