ANTE LA DOCTRINA MONROE 2.0: RESISTENCIA A LA INJERENCIA

ANTE LA DOCTRINA MONROE 2.0: RESISTENCIA A LA INJERENCIA

Anaís Serrano

Desde su proclamación en 1823, la Doctrina Monroe, con su supuesta defensa de la soberanía frente a potencias europeas, ha funcionado como el andamiaje político ideológico, para justificar el expansionismo y el dominio hemisférico de Estados Unidos.

«América para los americanos» se transformó, en la praxis geopolítica, en «América para los norteamericanos». Este principio, reactualizado a lo largo de los siglos XX y XXI mediante intervenciones directas, golpes de Estado blandos y duros, guerra económica y hasta guerra comunicacional, designa a la República Bolivariana de Venezuela como su blanco preferido, convirtiendo al Mar Caribe en un teatro de operaciones de la guerra imperialista.

Venezuela en el ojo del huracán

La Revolución Bolivariana, desde su ascenso en 1998 con Hugo Chávez y la continuidad de Nicolás Maduro, representa un desafío multidimensional para Washington. No es solo un gobierno de izquierda; es un proyecto que, fundamentado en la soberanía nacional, la redistribución de la renta petrolera y la integración regional contrahegemónica, que desafía abiertamente la lógica unipolar y de subordinación, que EEUU esperaba consolidar tras la Guerra Fría (1946-1991).

Revolución que pare iniciativas como Petrocaribe, el Alba-TCP o Unasur, evidenciando una voluntad de convertirse en una fuerza colectiva, que choca frontalmente con la visión de Patio Trasero de la metrópoli imperial, cuyo actual emperador nos insulta, como “países de mierda”.

La respuesta desde EEUU, ha sido una campaña multifacética de coerción y desestabilización. Más allá de las medidas coercitivas unilaterales e ilegales —un auténtico Bloqueo en toda regla, que ha asfixiado la economía venezolana, afectando dramáticamente a su población—, existe una dimensión militar, que había sido menos visible, pero que ha sido sumamente agresiva.

Teatro de guerra en el Caribe

El Caribe, históricamente considerado por Washington como un Mar Cerrado bajo su custodia, lo ha militarizado progresivamente en este siglo. La reactivación de la IV Flota de la Armada de EEUU desde el 2008, el despliegue de ejercicios navales conjuntos con frecuencia intimidatoria y la presencia de una red de Bases e instalaciones militares, desde Honduras, Panamá, Colombia hasta las islas de Aruba, Curazao y Bonaire, instalándose más recientemente en Guyana, Trinidad y Tobago y República Dominicana.

Este despliegue no responde a amenazas externas reales a la seguridad de EEUU, como lo plantea Trump, sino que es un instrumento de presión y una demostración de fuerza, destinada a coaccionar a gobiernos soberanos, para lo que desempolva el viejo cuento de la fracasada “guerra contra las drogas”.

El Comando Sur del Ejército de EEUU (SouthCom), con sede en La Florida, actúa como un virreinato militar moderno, entrelazando a los ejércitos locales, que actúan como regimientos imperiales, conformando una red de guerra que, una vez más, subordina la seguridad nacional a los intereses estratégicos de Washington.

Piratería aérea es terrorismo internacional

Un capítulo particularmente grave de esta agresión es el ataque sistemático a la soberanía aérea. Venezuela ha denunciado en múltiples ocasiones incursiones no autorizadas de aeronaves, vinculadas a operaciones de inteligencia y reconocimiento. Además, ahora es objeto de una presión constante mediante la imposición de restricciones y sanciones, que buscan el aislamiento internacional, dificultando la conectividad y el comercio.

Pero nunca el gobierno de EEUU había llegado al descaro de actuar como un Estado delincuente al intentar cerrar el espacio aéreo de otro país, usurpando una facultad que es solo atribución de la ONU. Este delito internacional, constituye una violación flagrante de la Convención de Chicago sobre Aviación Civil Internacional, que consagra el principio de soberanía plena y exclusiva sobre el espacio aéreo territorial.

Esta estrategia forma parte de un manual de agresión más amplio: la guerra híbrida. Combina la asfixia económica, la guerra mediática y psicológica (construyendo un relato de «Estado fallido» «dictadura» «narco estado»), la promoción de la violencia política interna, el apoyo a grupos desestabilizadores y, como telón de fondo permanente, la amenaza militar.

Trump persigue rendir por cansancio a la sociedad venezolana, provocar un colapso institucional y forzar un cambio de gobierno, que restablezca un régimen afín a los intereses geopolíticos y corporativos de Washington, con el control de las mayores reservas petroleras del planeta, las mayores reservas de oro de Nuestra América, gas y tierras raras, entre otras riquezas que sueñan poseer.

Para el supremacismo no existe soberanía de los demás

La agresión contra Venezuela no es un caso aislado. Es la expresión más cruda de una Doctrina Monroe 2.0 renovada para el siglo XXI, que ahora opera mediante la captación de élites regionales, acuerdos comerciales asimétricos y el uso de organismos multilaterales como instrumentos de presión.

Los golpes parlamentarios y judiciales, las campañas de lawfare y la criminalización de los movimientos sociales, son todas facetas de un mismo eje: desarticular cualquier proyecto de unidad soberana y someter a la región a un nuevo ciclo de saqueo y dependencia.

La retórica de la «lucha contra el narcotráfico» o la «defensa de la democracia» sirve de cortina de humo para justificar una presencia militar creciente y una injerencia constante en los asuntos internos.

La lucha por la independencia definitiva

Frente a esta ofensiva imperial, la resistencia debe ser, fundamentalmente, popular, continental y construida desde abajo. La historia de Nuestra América es una historia de luchas contra imperios. La resistencia colombiana, venezolana y la de todos los pueblos que se niegan a arrodillarse es el capítulo más vivo de esa gesta.

La Doctrina Monroe, en su versión 2.0, no encuentra un continente sumiso, s

El quehacer es, en esencia, organizar, crear, concientizar y luchar. Recordando las palabras del Che, es preciso que nuestra acción sea “un grito de guerra contra el imperialismo y un clamor por la unidad de los pueblos contra el enemigo del género humano: los Estados Unidos de Norteamérica”.

En este momento, cuando el imperio genocida cerca como nunca antes la cuna de Bolívar y Chávez, mientras amenaza a Colombia, no hay espacio para dudas ni vacilaciones. Dar un paso al frente para defender la soberanía y el derecho a la autodeterminación de los pueblos, hoy es defender el presente y el futuro de todos los pueblos de Nuestra América.

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