ACUERDOS DE PAZ COMO ESTRATAGEMA SIONISTA
Anaís Serrano
La reciente noticia de un alto al fuego en Gaza es recibida, comprensiblemente, con un suspiro de alivio por una población civil que ha soportado los horrores indescriptibles de la violencia genocida.
Detrás de este frágil paréntesis de calma se esconde una dinámica perversa y repetitiva que transforma la paz, un anhelo universal, en un instrumento de dominación. Al ir más allá de una simple visión humanitaria sobre la paz, encontraremos la clave para desentrañar el verdadero carácter de unos acuerdos que, lejos de buscar la justicia, buscan administrar el conflicto en beneficio del poder ocupante. Cada tregua, cada “cese al fuego” promovido por los poderes que sustentan la ocupación de Palestina, corre el riesgo de convertirse, una vez más, en una estrategia de reacomodo militar y diplomático del sionismo.
El ente de Israel ha perfeccionado el arte de administrar la violencia, dosificándola según sus necesidades estratégicas. Los periodos de calma no han sido preludios de una solución, sino interludios tácticos para recomponer fuerzas, reparar su imagen internacional y preparar la siguiente fase de una guerra asimétrica, donde la balanza siempre se inclina a su favor. La historia de los acuerdos incumplidos, desde los Acuerdos de Oslo, que fragmentaron aún más el territorio palestino, hasta las innumerables violaciones de treguas, son un testimonio evidente de una vocación que prioriza la expansión territorial sobre la convivencia.
La violencia estructural
En este escenario, el rol de Estados Unidos es fundamental y engañoso. Además de armar militarmente al ente sionista, Washington no media; garantiza la impunidad genocida. El poder diplomático, económico y militar estadounidense no se emplea para exigir el cumplimiento del derecho internacional o para presionar el fin de la ocupación, sino para blindar a su aliado. Los vetos estadounidenses para proteger a Israel en el Consejo de Seguridad de la ONU, son la expresión más cruda de este papel. No se trata de una mediación, sino de la coartada que permite al sionismo continuar su proyecto colonial con una ‘carta blanca’ tácita. Esta coalición sionista-estadounidense opera en una sintonía perfecta. Las pausas «humanitarias» sirven para desactivar la presión global y reponer la licencia social para seguir ocupando.
Un cese al fuego que no aborda las causas raíz del conflicto —la ocupación sionista, la ofensiva militar, el bloqueo asfixiante de Gaza, el sistema de apartheid, la limpieza étnica silenciosa en Jerusalén Este y Cisjordania, el desplazamiento forzado y el impedimento al retorno del pueblo palestino a su territorio— es simplemente un armisticio temporal.
La llamada «comunidad internacional», ansiosa por encontrar una solución rápida para evitar la ruptura abierta con el sionismo, y la hipocresía de la decadente Europa, suele celebrar estas pausas como triunfos diplomáticos, con la complicidad implícita de que son, en esencia, la institucionalización de un ciclo de violencia.
Se pacífica a la víctima para poder continuar con su opresión de manera más ordenada. Las negociaciones que equiparan al opresor y al oprimido, que sitúan en un plano de falsa igualdad a la potencia ocupante y al pueblo ocupado, son una farsa. Son puestas en escena diseñadas para proyectar una imagen de normalidad y proceso, mientras en el terreno los hechos siguen su curso: más asentamientos, más demoliciones, más leyes discriminatorias. Esta escenografía tiene un público claro: la opinión pública occidental, que puede así consolarse con la idea de que “se está haciendo algo”, mientras se deslegitima y criminaliza cualquier forma de resistencia palestina.
Más allá de la Tregua
El discurso hegemónico condena de forma abstracta la “violencia” sin jamás contextualizarla. Se exige a un pueblo despojado de su tierra, su libertad y su dignidad que se someta pacíficamente a su verdugo. Se condena la resistencia armada palestina como “terrorismo”, mientras el ejército israelí lleva a cabo masacres con una impunidad bien organizada y tecnológicamente avanzada.
Negar el derecho a resistir, reconocido por el derecho internacional para los pueblos bajo ocupación, es negar la historia misma de la lucha por la liberación. Es pretender que los palestinos deben aceptar pasivamente su suerte, convirtiendo su lucha en un problema humanitario —de falta de alimentos, agua o electricidad—y no en una cuestión política de soberanía, libertad y derechos inalienables.
La paz no es la ausencia temporal de guerra; es la presencia permanente de la justicia. Es imprescindible legitimar el derecho a la rebelión de los oprimidos para transformar estructuralmente las raíces de este proceso colonizador, que crece sobre la sangre de los niños y niñas palestinas, pero que, además, ha comenzado a extenderse por toda la región del Asia Occidental. El Eje de la Resistencia comprende esta realidad y se mantiene en pie de lucha.
El verdadero desafío no es celebrar un cese al fuego temporal. El desafío es desenmascarar la arquitectura de poder que lo hace necesario y repetitivo. La paz genuina no nacerá de la fatiga de los bombardeados ni de la conveniencia temporal de los bombardeadores. Nacerá únicamente cuando se desmonte el proyecto colonial sionista, cuando termine la ocupación, cuando caiga el muro del apartheid y cuando se reconozcan los derechos plenos del pueblo palestino.