REBELDÍA ASCENDENTE ANTE LA DECADENCIA IMPERIAL
María Paula Martínez
Mirar al mundo en 2023 da algo de vértigo y escalofríos; la muerte campea disfrazada de hambre, ocupaciones, despojo y guerra, salidas desesperadas a la crisis, huidas por mar y tierra forzadas por la desolación.
Asistimos impávidos a un genocidio que no para, transmitido en vivo y en directo, y con la complicidad de un imperio en decadencia. Las cifras del genocidio en Gaza aunque escandalosas no son suficientes para que los gobiernos del llamado Jardín del mundo se conmuevan a tomar medidas efectivas para frenarlo, y las muestras de solidaridad con el pueblo palestino que denuncian los crímenes cometidos por el gobierno de Israel pasan desapercibidas para sus gobiernos acostumbrados como están a hacer solo caso a los intereses del gran capital. El reciente veto de los EEUU a la resolución de la ONU para un alto al fuego inmediato, sin que pase nada, dice mucho de cómo sigue el tablero de la geopolítica.
18.205 personas asesinadas en Gaza, de las cuales al rededor del 70 por ciento son mujeres, niños y niñas, en lo que va de octubre a diciembre, décadas de ocupación y un pueblo que no se someterá, aunque pasen los años y la muerte siga siendo el destino que pretende Israel y EEUU. Estará la resistencia siempre presente, acrecentada por el amor, la dignidad y la convicción de luchar por lo que les pertenece; su territorio, su historia y su futuro.
Crisis imperialista y crisis de civilización
El mundo pasa por un momento político-histórico singular marcado por la decadencia de la hegemonía del imperialismo norteamericano y el surgimiento de un eje geopolítico euro-asiático con la alianza estratégica China-Rusia, como centro de gravedad que se disputa con el eje geopolítico nor-atlántico, comandado por los Estados Unidos. El resultado de ambos fenómenos es un cambio telúrico en el ordenamiento global, que transita de un mundo unipolar, comandando por los EEUU, a uno multipolar.
En el contexto de la crisis de civilización y del capitalismo que enfrenta la humanidad, el imperialismo norteamericano está en decadencia. Los dos pilares de su dominio imperialista: la dominación económica y la dominación militar, han perdido fuerza. Tanto Afganistán, Irak, Siria, Yemen y ahora Ucrania demuestran que, pese a contar con la mayor fuerza militar, no ha sido capaz de ganar una guerra. Su gasto militar exorbitante recuerda al imperio romano en su etapa final, que creó una monstruosa maquinaria militar que, como el Pentágono de hoy, era un Estado dentro del Estado. Como los gobernantes militares de Roma de antaño, la clase dominante de EEUU conduce al imperio hacia la desintegración bajo el peso de los extravagantes gastos militares y la corrupción.
La erosión de la supremacía económica se da a partir de la década de los 80, cuando EE.UU empieza a desindustrializarse, a exportar su manufactura al Tercer Mundo, a China en particular que, en los últimos 25 años, ha pasado a convertirse en la gran fábrica del mundo. Estados Unidos desinvierte en Investigación y Desarrollo (ID), muy necesario para mantener la supremacía tecnológica. La economía se financia con mercados monetarios cada vez más volátiles, provocando crisis como la del 2007-8. La deuda actual del imperialismo -la más grande en la historia de las naciones- es impagable: 36 billones de dólares.
Al usarlo como arma de guerra económica, el dólar, otro sostén del dominio imperial, pierde su poder. Muchos países -de economías emergentes como del Sur Global- activan mecanismos alternativos al dólar yanqui para el comercio internacional.
El nuevo eje geopolítico Euroasiático se ha consolidado en tiempos recientes, gracias en cierta medida, a los errores de cálculo estratégico del imperialismo yanqui. Zbigniew Brezinski, en su libro “El Gran Tablero Mundial” (1997) advirtió que habría que evitar, a cualquier precio, una alianza entre Rusia y China, ya que ésta tendría nefastas consecuencias para la hegemonía mundial de Estados Unidos. Pero el acoso, hostigamiento y provocación paralela de China y Rusia, solo ha servido para acercarlos al punto de crear una alianza estratégica económica, política, cultural y militar. La política hostil hacia China fue inaugurada con el “pivote hacia Asia” de Obama, y luego se intensificó con la guerra económica de Trump. A lo que Biden le sumó las provocaciones político-militares en el Mar Meridional de China a través de Taiwán.
Para cumplir el “pivote hacia Asia” era necesario dejar las aventuras militaristas del Medio Oriente y Afganistán, la paulatina retirada que se venía cumpliendo, pero la irrupción de la guerra entre Palestina e Israel, que ya se está manifestando regionalmente en Iraq, Siria, Líbano y Yemen, ha obligado al imperialismo a volver a enfocarse en esa región.
Este nuevo eje es el motor y músculo detrás de nuevas arquitecturas multilaterales, como la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) y el BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). La pasada cumbre de los BRICS (Johannesburgo, septiembre 2023) siete nuevos miembros se adhirieron: Arabia Saudita, Emiratos Árabes, Argentina, Egipto, Etiopía e Irán. Estos 11 miembros del BRICS representan el 43 por ciento del PIB global y controlan dos terceras partes de la producción del petróleo global. Resulta llamativo que tres de los nuevos miembros, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Egipto, son aliados históricos de los EEUU.
En términos generales, el Sur Global gravita más y más en torno al nuevo eje geopolítico euroasiático, pues representa mejores condiciones para el comercio internacional y el acceso a créditos internacionales, sin imposiciones de ajuste estructural, como hacen el FMI y el Banco Mundial.
Nuestro vecindario en disputa
Nuestra América se encuentra en la disyuntiva compleja de tender a aliarse cada vez más con el eje euroasiático y, a la vez, mantener relaciones subordinadas al imperialismo norteamericano, quien, al ver como se desvanece su poderío mundial, intenta afianzar su control y dominio sobre el “patio trasero”, afianzando su Doctrina Monroe, versión 5G.
Lo anterior sucede en un contexto de una segunda ola progresista marcadamente más conservadora que la anterior (1999-2015), inaugurada con la llegada de Chávez al poder. Los gobernantes de izquierda actuales (Brasil, Colombia, Bolivia, México, Argentina, Chile) gobiernan con poco poder, y en alianza con las fuerzas de la derecha tradicional. Su capacidad de maniobra para realizar reformas es mucho menor que en el periodo pasado.
El conservadurismo del progresismo se refleja en el poco impulso que se le da al proyecto de unidad nuestramericana de corte antiimperialista, como el ALBA, UNASUR y CELAC, algo que fue muy emblemático de la ola anterior, gracias, en gran medida, al liderazgo estratégico que ejercían los Comandantes Fidel y Chávez; también se evidencia en la ausencia del socialismo y revolución como horizontes emancipadores, ambos muy presentes en el periodo anterior. El punto de inflexión es el fracaso de la Cumbre de las Américas de 2022, donde ningún gobierno asistió y condicionó a que fuera la CELAC que convocara a los EE.UU.
El reciente triunfo de Milei en la Argentina y el desfile envalentonado de la derecha mundial en los actos protocolarios de toma de posesión del presidente electo, son un espejo en el que debemos mirarnos para preguntarnos cuál es el destino que queremos y construiremos los pueblos de Nuestra América.
Y aunque la sensación no es halagüeña, el amor y la convicción hacen posible resistir y soñar con un mundo mejor, encontrar los horizontes posibles para vivir en paz y con dignidad, con soberanía y libertad para nuestros pueblos y despercudirnos de una buena vez del tutelaje imperial que flagela, exprime hasta el fondo los recursos naturales y pretende mantenernos por siempre en la miseria.
Hermanarnos con los pueblos del mundo para hacernos más fuertes, desde África, Asia y América, e incluso encontrarnos con los pueblos y naciones negadas y olvidadas en el “jardín occidental”. Debemos hacer causa común para que la decadencia del imperio estadounidense sea más pronta y menos desastrosa para la humanidad.
Estamos por todas partes del mundo, la rebeldía no muere, la dignidad no se acaba ni tiene fronteras, somos la diversidad vital de un mundo pretendidamente excluido y exterminado, que no se rinde, ni ante bombardeos, ni ante negaciones narrativas. Seguirán siendo los destinos de la humanidad los que debamos construir y como nos toque, con las armas que corresponda.