COLONIALISMO VERDE

COLONIALISMO VERDE

Comandante Antonio García

El afán por impulsar la transición energética está reproduciendo las mismas dinámicas extractivistas y coloniales que provocaron la crisis climática.

El «colonialismo verde», donde proyectos de energía renovable avasallan los territorios y modos de vida de pueblos indígenas sin su consentimiento, como viene ocurriendo mayormente en La Guajira, está socavando la supervivencia de la cultura ancestral de pueblos que dependen de su relación con la Madre Tierra. Al decir de Fritjof Capra, estos pueblos están integrados en las dimensiones biológica, cognitiva y social de la vida.

Un documento de Indepaz (2023) señala que en el sur de ese departamento, al norte de Colombia, figuran con registro vigente seis parques destinados a la generación Fotovoltaica, que para 2026 ocuparán tres mil hectáreas. Hay otros trece parques con registro prescrito, pero con posibilidades de reactivarse. La investigación resalta la necesidad de que las instituciones reconozcan las condiciones étnicas de las zonas escogidas por grandes empresas para sus inversiones.

Avanzar en la transición verde sin considerar su impacto a largo plazo reproduce injusticias contra pueblos vulnerables, debido a las extensas infraestructuras tecnológicas al considerar su vida útil de 25 años aproximadamente, según expertos. Teniendo presente lo que hay detrás de lo estrictamente económico, las ganancias de las grandes corporaciones que impulsan el discurso del calentamiento global son descomunales.

El mercado global en tecnología climática superó el billón de dólares para 2022; sin embargo, según la Agencia Internacional de Energías Renovables, el gasto anual debe cuadruplicarse hasta alcanzar los cinco billones anuales, proyectando un total acumulado de 150 billones para 2050. Con base en la lucha contra el calentamiento global, ese colonialismo verde es un problema muy entramado. Así como en la época colonial, ahora bajo el discurso «verde» desgraciadamente sigue vigente. Se trata, entonces, de impulsar la transición energética, pero con los bolsillos llenos.

El daño ocasionado por el modelo de desarrollo capitalista en los territorios se debe a la imposición cultural. Es el resultado de que Occidente haya impuesto su visión, en este caso de preservación ambiental, mediante instancias de carácter político y no en organismos estrictamente científicos. Los informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) subrayan que durante la última década las energías solar y eólica redujeron sus costos alrededor de un 85 por ciento, quizá buscando argumentar la viabilidad y rentabilidad de estas «novedosas» técnicas.

El sistema capitalista no es viable y esa es la realidad. Sin embargo, la capacidad de mutación del propio sistema llega a ser impresionante. Al proponer el mismo sistema capitalista su versión ecológica, no es difícil concebir que detrás de la estrategia están las millonarias ONG y los mecanismos de préstamos de la banca mundial.

Esta estrategia no coincide en lo absoluto con la comprensión sistémica de la vida de nuestros pueblos, ni con el modo de su existencia en perspectiva ecológica tradicional. La sabiduría de los pueblos alerta que al buscar establecer soluciones, por el contrario, se agrava la crisis, incluso se vulneran los derechos territoriales ancestrales, al no poder pastorear los animales donde siempre se pastoreó, como ocurre ya en La Guajira.

Los gobiernos y corporaciones promueven generadores eólicos y paneles solares como la gran esperanza verde, pero su fabricación depende de los mismos combustibles fósiles y procesos extractivos que resulta un desastre. No nos engañemos, no habrá salvación mágica que no desafíe las raíces del problema: el modelo económico. Necesitamos un cambio mucho más profundo que reemplazar unas tecnologías por otras, una transición justa hacia economías locales, democráticas, diversas. No perpetuar con paneles solares el mismo sistema colonial que nos trajo hasta este colapso civilizatorio.

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