NAVIDAD POCO FELIZ

NAVIDAD POCO FELIZ

Claudia Julieta Parra

Por estas épocas vemos las calles de ‘la jungla de cemento’ abarrotadas por personas que sin medir sus gastos se arrojan el desenfreno de las compras, en esos momentos no les importa que por la carestía solo comen carne una vez al mes y huevo cada 3 días.

Bogotá es una ‘jungla de cemento’ donde vivimos más de 8 millones de personas de las cuales la gran mayoría son víctimas de la desigualdad y la pobreza, sobrevivientes que a diario se juegan la vida para conseguir unas pocas monedas para hacer una aguadepanela y embolatar el hambre.

En medio del río humano en que por esta época se convierte San Victorino, sobre un plástico en un pedazo de la acera veo varios suéteres muy bien organizados, que a primera vista dan la apariencia de ser ‘originales’, una voz irrumpe el bullicio de la calle y me dice: -‘mona’, lleve uno por 20.000 y 3 por 50.000, le tengo pa’ usted y pal’ novio-, era la voz de Marcela, una chica de aproximadamente 25 años, desempleada y madre soltera de un niño y una niña; ante la falta de oportunidades no le quedó otra opción, que con todo y niños arrojarse al rebusque para poder darle 2 comidas diarias a sus hijos.

Arrinconada por el hambre apremiante de sus hijos, Marcela adquirió un préstamo Gota a Gota con el que logro comprar unos pocos suéteres imitación, que diariamente trata de vender en las calles capitalinas; no siempre se puede hacer en la misma esquina porque los Mario’s la persiguen a ella y a todos los rebuscadores para quitarles la mercancía, se amparan en una trascordada ley, pero en realidad son hampones con uniforme, que entre pesquisa y pesquisa le roban la mercancía a estos humildes trabajadores informales.

Cuando le va bien a Marcela, vende 200.000 Pesos de los cuales 40.000 son para pagar el Gota a Gota, 20.000 para el dueño de la calle -el hampón que decide quien vende y quien no vende en la calle “pública”-, lo que le queda es para comer, pagar una minúscula habitación y para guardar para los días malos, porque venda o no le toca pagar el Gota a Gota porque si no los mafiosos la ‘truenan’; entre lágrimas Marcela dice: ‘muchas veces dejo de darle de comer a mis hijos por pagar la cuota’. En medio de la compra y la charla improvisada escuchamos un grito: -¡pilas, pilas, vienen los Mario’s!-, alerta que no da lugar a espera, simplemente todo el mundo recoge y busca refugio.

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