LA ÚLTIMA LÍNEA
Katerine Mena
Desde que conocimos la Primera Línea en 2019 quedó en nuestra memoria la forma heroica como este grupo de valientes defiende la manifestación pacífica del ataque demencial de la policía militarizada del Esmad, pero hay una Línea invisibilizada que hace viable a las demás Líneas.
Un miércoles cerca del mediodía, como es costumbre me encontré con Ana, esta vez no sería una salida de cerveza, Herencia de Timbiquí y Niche en el viejo bar de la zona antigua, que por estos días reabrieron, al igual que han abierto casi todos los comercios; esta vez nuestro destino fue el norte de la ciudad y no buscábamos temas nuevos de Salsa sino sonetos de calle y barrio.
Tras un largo rato nos acercamos al sitio, antes de llegar había muchos tombos [1] y una gran cantidad de vándalos de negro –Esmad-, de esos mismos que ultrajaron a Alison y mataron a Dilan, el ambiente era tenso e infundía miedo, así que ambas respiramos profundo, aligeramos el paso y con prisa llegamos a nuestro destino.
Dentro del lugar el ambiente era completamente diferente, se respiraba libertad, alegría y júbilo, por más que buscamos entre la gente, no vimos atenidos, vándalos ni mucho menos guerrilleros, había gente del común, cuyo único delito es querer un país donde tengan trabajo y puedan comer tres veces al día.
El sitio era una fiesta pluricultural, había jóvenes, viejos, trabajadores, estudiantes y la ya conocida y heroica Primera Línea; dentro de la multitud cada quien estaba en su plan y desde luego pendientes de los tombos que en cualquier momento podían atacar, en una esquina un poco alejada del tumulto se veían unos rústicos pero muy bien hechos fogones de leña.
Tras un rato de compartir con la gente y escuchar a ChocQuibTown nos acercamos al fogón, sobre los leños había una olla enorme de esas que solo se sacan en diciembre para hacer tamales, a su alrededor como hormigas se movía atareado un pequeño grupo, entre todos resaltaba Doña Flor una señora robusta que pasa de los cincuenta quien lo lideraba, Ana rompió el silencio y le dijo “¿en qué podemos ayudar?”, ella aceptó la oferta y nos respondió “mija hay que pelar una papita y una cebolla pa’ que la sopa coja sabor”.
Sin pensarlo dos veces cuchillo en mano y usando como base la tapa de una olla empezamos a trabajar, desde luego no se puede cocinar sin conversar y aparecieron las preguntas, “Doña Flor ¿vos qué hacías antes?”, “mija yo no pude estudiar y me arrejunté muy joven, luego quedé sola y con cuatro pelados, así que conseguí un trabajito cocinando en un restaurante del Barrio Obrero, pero por la pandemia lo cerraron, así que me quedé sin camello [2]”.
“Un hijo y un sobrino han estado desde el comienzo aquí en este sitio de Resistencia, así que un día decidí venir para ver cómo era y que hacían, al ver que los pelados necesitaban comer y que yo no estaba haciendo nada en el rancho empecé a colaborarles con la comida, no se puede pelear con la panza vacía, se necesita fuerza para luchar contra los bandidos del Gobierno”.
“Alimentar tanta gente es muy caro, ¿cómo hacen?”, “mija mi Dios es muy grande y entre pobres nos ayudamos, así que aquí nunca falta la comida, los estudiantes traen cositas de sus casas, los de las carnicerías cercanas nos dan huesito de cogote y cuando pueden mandan carnita de murillo, hay gente que da platica, otros van y rebuscan en las plazas de mercado y los vendedores de legumbres siempre socorren alguna cosa, no comemos como ricos, pero los tres golpes del día no faltan, muchos de los que estamos aquí comíamos dos veces al día y carne una vez a la semana, otros comían ‘cada vez que un santo lloraba’”.
Entre charlas y risas el almuerzo estuvo, Flor tomó la tapa donde picábamos y con un cucharón improvisó una campana para dar la alerta de comida, casi al instante empezó a acercarse la gente, de manera ordenada empezaron a pasar con plato y cuchara en mano, la sopa sabía sabroso como olía, era una mezcla entre cocina con leña y amor de madre, de esas sopas que solo prepara la mamá de uno.
Al calor de una rica sopa seguimos charlando y compartiendo historias, con el paso de las horas y el calor humano la verdad salió a la luz, aquí no habían terroristas ni vándalos ni mucho menos gente a la que “le pagaban”, como había dicho días atrás un General de los tombos en varios medios, aquí había gente pobre que había perdido todo o que nunca había tenido lo mínimo vital y como en el juego de Póker ‘se jugaban sus restos’, esto me obligó a preguntarme, ¿las empresas de comunicación viven en una realidad alterna?, ¿o invisibilizan esta?, la respuesta la tenía un cartel puesto en la entrada de este sitio de Resistencia, “nos mean y los medios dicen que llueve”.
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[1] Tombo: policía.
[2] Camello: trabajo.
No es una crisis es el sistema, mientras sigan gobernando en favor de los de siempre y explotando a los de abajo, el hambre y la miseria seguirá siendo el detonante de las insurrecciones. Esta crónica aunque ocurre en Cali muestra la realidad de millones de colombianos que no solo no pueden comer a diario, sino que no tienen salud o servicios públicos.
El gobierno roba y engaña, la policía mata y reprime y los medios ocultan historias como las de doña Flor, y no solo las ocultan si no que las acusan de terroristas, cuando son simplemente personas que no tienen nada, que su gran sueño es comer 3 veces al día, eso muestra la crueldad de los políticos que nos gobiernan.
El paro no para, hay que continuar en las calles hasta que la miseria desaparezca.
Esta crónica relata el drama de muchos a los que se les ha negado todo y que solo se tienen en cuenta al momento de votar o de pagar impuestos. Deberían sacar crónicas no solo del paro sino de la vida diaria de los pobres de este país.
Excelente esa crónica, relata a la perfección el hambre y la miseria que viven miles de colombianxs, que es el combustible que alimenta los puntos de resistencia y el Paro. Mientras no eliminen el desempleo y la gente siga con hambre la gente seguirá en las calles.
Felicitaciones por las crónicas que han estado haciendo, son muy buenas y reflejan los problemas del país. La última me conmovió mucho por que es una señora que ha sufrido mucho pero aun así ayuda a los de Puerto Resistencia.
Tienen alguna vaki donde su puedan hacer donaciones? y no les gustaría venir a Armenia a hacer una crónica, aquí también hay muchas historias para contar.
Gracias por contar las historias que Caracol y RCN no muestran, la historia de la señora que cocina me toco el corazón, llore mientras la leía porque mi mamá trabaja como cocinera para poder darnos estudio a mis hermanas y a mi. Yo soy de Pereira y me gustaría que vinieran acá e hicieran historias como la de la señora.