EL CAPITÁN PARMENIO UN GUERRILLERO DE VERDAD
Nicolás Rodríguez Bautista, Primer Comandante del ELN
Cada 7 de enero se cumple un aniversario más de la primera toma guerrillera realizada por el Ejército de Liberación Nacional (ELN) en 1965, en el municipio de Simacota, Santander del Sur, acción con la que Colombia conoció el surgimiento de esta guerrilla.
Al finalizar el año 1959 la vida de aquella vereda del municipio de San Vicente en Santander del Sur, transcurría sin mayores sobresaltos porque ya habían disminuido bastante los patrullajes del Ejército, que perseguían a los reductos guerrilleros del finado jefe liberal Rafael Rangel Gómez.
Mi papá se había quedado con solo unas cuantas hectáreas de tierra porque las otras las vendió a pedazos para construir la casa de ladrillo donde vivíamos; uno de los compradores fue don Santos Gordillo, un colono boyacense muy trabajador, reconocido por su calvicie, piel blanca salpicada de pecas, ojos azules y estatura pequeña, que rondaba por los 60 años, era colérico, retraído y solo dejaba de fumar tabaco para comer y dormir.
Su esposa Doña Teófila tenía unos 55 años, era alta, trigueña, gorda y de cara ancha, dotada de un cariño maternal y dulce como muchas de las mujeres humildes; de apariencia curtida por el duro trabajo que hacía como jefa de hogar y madre de 5 hijos.
Muy pronto entramos en confianza con los hijos de los Gordillo; a Pacífico el mayor, le seguía Ana Delina, después iba Pedro de 17 años, Jesús de 15 y José Miguel de 12.
Comencé a hacer más confianza con Pedro y aunque apenas tenía 9 años lo fui convirtiendo en mi amigo y confidente, además me llevaba bien con el resto de sus hermanos, sobretodo con Jesús y José Miguel que eran mis compañeros de escuela primaria.
Los primeros años de la década de los 60 corrieron raudos sin que presintiéramos que junto a mi amigo, el destino nos tenía reservada la misma ruta de vida guerrillera, que nos depararía un camino de sacrificios, aventuras, esperanzas, convicciones e ideales comunes.
Hoy no sabría decir si intuimos el camino común porque avanzamos a ser más confidentes, hasta en los comentarios que nos suscitaba la programación de Radio Habana, que escuchábamos por un radio transistor grande junto a todo el vecindario, convocados por mi papá que era el líder comunitario de esas veredas.
Entonces creció nuestra admiración por Fidel Castro, el Che Guevara, Camilo Cienfuegos y los Barbudos de la Sierra Maestra.
Cuando Pedro se hizo novio de mi hermana Rosa sentí mucha alegría, tengo la impresión que ella era su primera novia, porque él no lograba esconder su timidez y nerviosismo cuando se sentaba con ella al lado de mi papá y de nosotros sus hermanos, algo obvio porque sus incipientes amores no podían salir a flote con tanto público a bordo.
Pedro tendría 21 años y yo estaba entrando a mis 13, cuando apareció Fabio Vásquez haciéndose pasar como un primo de la familia Gordillo, con el nombre de Carlos.
Era tan diferente su físico, acento y modales, que uno tenía que hacer bastante esfuerzo para aceptar que fueran primos, pero la malicia indígena del campesino reforzada por las duras realidades sufridas durante la Guerra civil llamada La Violencia, llevaba a que la gente no hablara de asuntos que se salían de lo normal.
Cuando le pregunté a Pedro sobre la gente que se reunía con él y con Fabio, y el por qué hacían ejercicios de día y de noche al escondido de los vecinos de la vereda, me respondió, “’coma callado’ cuñado y confíe en mí”. Desde entonces comprendí la necesidad de ser discreto con asuntos misteriosos que requerían de secreto; sin embargo, para no comprometerlo a él, yo mismo le pedí a Fabio que me enseñara a manejar la pistola que cargaba.
De esa manera empecé a entrar en el mundo de misterio, que Pedro no se atrevía a explicarme.
Por esos días Pedro se ausentó dos meses durante los cuales me sentí muy solo, luego me enteré que junto a otros 10 compañeros estuvieron explorando el terreno y hablando con la población, en la zona donde luego nos concentraríamos como fuerza guerrillera.
Todo era tan evidente para mí que no me aguanté las ganas y le dije a Pedro que me lo contara todo, entonces me dijo:
“Cuñado, yo se que usted me va a guardar el secreto”, sus ojos café claro y los gestos de su cara con evidente nerviosismo me hizo sentir en un ambiente de ceremonia, luego añadió, “todos los mejores muchachos de la vereda nos vamos para el monte y esto va a quedar solo”. Sentí que mi suerte estaba junto a él y le respondí sin vacilaciones que yo me iba con él.
Pedro en tono paternal y mirándome a los ojos me dijo, “cuñado, el problema es que usted es un pelado todavía y allí no aceptan menores de edad”.
Sentí que mi mundo se desplomaba y no pude contener mi tristeza, entonces él me dijo, “dígale a Carlos que usted se quiere ir para el monte, pero ‘ni por el putas’ le diga que los dos hemos hablado de esto”; ahí sí el ánimo se me levantó de nuevo y sellé con él un compromiso de secreto.
El 4 de Julio de 1964 bien de mañana, Pedro me dijo donde se reuniría el grupo empezando la noche y que llegara allí listo para ir en una marcha, yo le confirmé que aunque Carlos ya había hablado con mi papá y la decisión de acompañarlos él la había dejado en mis manos, tenía el temor que ellos partieran y me dejaran.
Ese día para mí fue evidente que con mi amigo entrañable haríamos parte de la naciente fuerza de caminantes insurrectos. Por su estatura de 1,75 metros, su cuerpo delgado y su porte militar, me daban la seguridad para afianzarme en alcanzar lo que me faltaba para ser buen guerrillero; él siempre fue mi consejero y quien me afianzó para superar dudas y abrirle camino a mis decisiones.
La cercanía y confianza de Pedro con Carlos lo hacían ganar cada vez con más fuerza una personalidad sólida, responsable y dinámica, reforzada por su humildad y sencillez, además del evidente entusiasmo por aprender de todo este torrente guerrillero que se nos vino encima, empuje que yo también me afanaba por asimilar.
De Pedro aprendí los secretos de la selva donde nos hicimos guerrilleros y cuando marchamos para la toma de Simacota, jamás pensé que allí él regaría su sangre y crecería en su gloria como inmortal capitán guerrillero.
El Pedro Gordillo Ariza de mi niñez, era ahora el guerrillero de mi adolescencia y el ejemplo a seguir por sus valores humanos y revolucionarios.
Muchas noches a la luz de un candil leíamos y escribíamos para asimilar lo que en el día nos enseñaba Carlos y otros compañeros, como método para que nuestro tiempo y acción fueran verdaderamente revolucionarios.
Los pobladores veían en Pedro el amigo, el insurgente y el maestro, Parmenio el seudónimo que eligió se hizo alegría, fortaleza y esperanza en aquella estructura popular y guerrillera.
Su entusiasmo y disciplina en la marcha a Simacota hablaban por sí sola, mientras caminábamos me confesó que le pediría a Carlos ocupar la primera línea en el combate, porque decía que “así puedo medir el tamaño de mis pantalones”.
Cuando Carlos aquel 7 de enero de 1965, un poco antes de las 7 de la mañana, nombraba a los que irían a asaltar el cuartel policial de Simacota, Parmenio se le colocó delante de modo que no tuvo otra opción que incluirlo en este Comando, que con creces garantizó la victoria.
Una bala enemiga disparada a más de 300 metros por las tropas de refuerzo que llegaron desde el Batallón del Ejército de El Socorro, le entró por la espalda segándole la vida en momentos en que ya nos replegábamos.
Parmenio cayó en este primer campo de batalla para dejar claro testimonio a las futuras generaciones del pueblo, lo que debe ser un guerrillero integral y cómo se asume el compromiso de ser revolucionarios de verdad. Con su ejemplo y con su presencia hoy 56 años después seguiremos hasta siempre, porque dar la vida con amor por la justicia de la humanidad es vencer y vivir para siempre.