TLC: ¿INSISTIMOS EN UN MAL ACUERDO?

TLC: ¿INSISTIMOS EN UN MAL ACUERDO?

Chavela Villamil

La Apertura Económica de hace tres décadas, implementó los Tratados de Libre Comercio (TLC), dejándonos más dependientes del capital extranjero y de la importación de materias primas y productos básicos, lo que acabó la producción agrícola que abastecía el mercado interno.

En la década de los noventa del siglo anterior dieron inicio a la Apertura Económica (AE), que consistía en abrir el mercado nacional a la globalización capitalista, bajo el sofisma de incentivar el crecimiento de la industria nacional gracias a la competencia con los demás países y una mejor disponibilidad tanto de bienes como de consumidores; desde luego esta Apertura nos dejó expuestos al libre mercado en condiciones de desigualdad y de baja competitividad, dado los escasos y paupérrimos subsidios que recibe el sector agrícola no tecnificado, además gran parte del sector agroindustrial e industrial no cuenta con tecnología de punta y muchos de sus operaciones implican gran carga de mano de obra, lo que hace más cara la producción con respecto a países como China, EEUU, Vietnam, entre otros.

La Apertura Económica disminuyó exageradamente el marco arancelario lo que facilitó la exportación de productos, y a su vez permitió que mercados extranjeros –con productos subsidiados– inundaran nuestro mercado con productos de menor valor y calidad igual o superior; esto generó detrimento en la producción nacional e incremento el consumo importado, además cambió la vocación productiva de varias regiones, llevando a la casi extinción de la producción de varios cultivos de consumo diario como el trigo, la cebada, la avena, el ajonjolí, el maíz, el arroz, entre otros.

Dejamos de producir para ser dependientes de las importaciones 

En 1990 entre en rigor la AE, bajo la argucia de “mejorar relaciones comerciales e incentivar el crecimiento de la industria nacional”, pero, ¿es posible mejorar la industria sin tecnificarla?, esta Apertura Económica como todas los dogmas neoliberales fortaleció los oligopolios privados y vulneró el sistema estatal; además, nos arrojó a la era de los TLC y nos puso a competir en igualdad de condiciones arancelarias, pero en gran desigualdad en materia de producción y subsidios, y con un alto déficit en los canales de distribución.

La AE disminuyó exageradamente el marco arancelario lo que facilitó la exportación de productos, y a su vez permitió que mercados extranjeros –con productos subsidiados–, inundaran nuestro mercado con productos de menor valor y calidad igual o superior. El principal problema radicó en que no se involucró ni al campo ni a la industria nacional, ya que no les facilitó ni subsidios acordes a las necesidades, ni brindó asesoría y apoyo técnico e infraestructural, haciendo que la industria local fuera incompetitiva.

La AE cambio la vocación productiva de varias regiones, esto llevó a la extinción de cultivos trascendentales para el consumo como trigo, cebada, avena, ajonjolí, girasol y maní, aunque aún hay algunas hectáreas sembradas, principalmente de trigo, la producción de estas materias primas agroindustriales está reducida a la mínima expresión.

El impacto de la AE no se reflejó únicamente en los cereales, actividades que hasta comienzos de la década de los 90 fueron rentables como el algodón, el sorgo y la soya, han reducido dramáticamente el área cultivada, siendo sustituidos por importaciones; mientras en 1991 el país sembró 262.000 hectáreas de algodón, en el 2003 sólo se cultivaron 44.000 hectáreas y en 2020 tan solo se sembraron 16.000 hectáreas; en sorgo, hace 30 años se sembraron 253.000 hectáreas y el año pasado sólo 54.000 hectáreas; la soya por su parte cayó de 115.000 hectáreas en 1990 a solo 18.000 hectáreas el año anterior.

Al inicio de la AE, la agricultura representaba el 22,3 del Producto Interno Bruto (PIB) y la industria manufacturera ocupaba el 21,1 por ciento y el sector financiero era de apenas 15 por ciento. Tres décadas después la correlación de sectores cambió sustancialmente afectando considerablemente la producción nacional y el sostenimiento del consumo interno; ahora el sector agricultor aporta el 5,3 por ciento, la industria manufacturera el 9,9 por ciento y el sistema financiero subió al 23,2 por ciento.

Los estragos ocasionados obligaron a que productos perecederos que antes eran abastecidos únicamente con cosechas nacionales, ahora se complementan con importaciones en presentaciones que ofrecen valor agregado y que cada vez tienen mayor demanda; según cifras de la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC), las importaciones se han casi duplicado, antes de la AE se importaba alrededor de 34.400 toneladas de productos alimenticios, mientras en la segunda década de este siglo se han importado 581.200 toneladas.

Un negocio muy desigual con el vecino del norte

El TLC entre EEUU y Colombia entró en vigencia el 15 de mayo del 2012, decrementaba aún más el régimen arancelario que funciona como blindaje para evitar la importación excesiva, y aparentemente era beneficioso para nuestro país ya que permitía ampliar nuestra exportaciones, salvo que las medidas fitosanitarias y otro conjunto de requisitos impidieron que la exportación masiva se llevara a cabo, terminó siendo un Tratado donde nuestra economía se inundó aún más de productos extranjeros en gran parte de tipo transgénico.

Con la entrada en vigencia de los TLC, creció enormemente el déficit de balanza comercial, por la disminución de casi 2 tercios de la producción nacional; sobrevino la quiebra del campo, siendo los más afectados los pequeños y medianos productores, que además de no estar en capacidad de competir con los productos importados, tuvieron que cambiar el uso del suelo, obligando a muchos de estos a ingresar al cultivo de plantas de uso ilícito.

Con el reciente desacuerdo diplomático entre Colombia y Estados Unidos (EEUU), afloró el debate respecto a la conveniencia de sostener un TLC, donde según lo pactado la mayoría de los beneficios son para EEUU, un acuerdo que goza de total desigualdad entre las partes y que por lo vivido en estos días, es letra muerta para EEUU ya que puede romper los acuerdos arancelarios unilateralmente cuando lo desee, tal como lo evidenciaron las recientes amenazas del Presidente Trump.

Según datos oficiales al cierre del año anterior, Colombia exportó a EEUU cerca de 13.106 millones de dólares, mientras que importó cerca de 39.300 millones de dólares de mercancías provenientes de EEUU, donde los principales productos ingresados encontramos, petróleo, gasolina, maíz, equipos eléctricos, harina de soja, entre otros. De acuerdo al balance entre importación y exportación el mayor beneficiario comercial es para EEUU, ya que recibe casi el triple de ingresos en relación a lo que importa.

Necesitamos nuevos paradigmas y reformas estructurales

Financieramente Colombia es un país con potencial, sostenible y sustentable; sin embargo, las políticas económicas implantadas durante varias décadas han generado un sistema que no busca el incremento del poder adquisitivo per cápita, sino que enfatiza en la disminución tributaria de las grandes empresas, bajo el sofisma de que esto genera nuevas plazas laborales, lo que en la práctica se contradice, ya que el empleo formal cada vez se reduce más y el bajo aumento del empleo obedece al incremento del empleo informal, que aunque produce masa monetaria, genera una economía volátil susceptible a la inflación y a la recesión económica por caída brutal de la demanda.

Rebajar la inflación e incrementar la producción interna tiene implícito cubrir el déficit de la balanza comercial, ya que en el contexto actual estamos importando inflación, y esto solo es posible si se fortalece integralmente la producción nacional de manera gradual y progresiva; en una primera etapa se debe empezar por el subsidio de la producción de alimentos básicos, cuyo déficit obedece a los costos de producción, en otras palabras, hay que hacer rentable la agricultura colombiana.

Subsanar la crisis socioeconómica actual, dinamizar los mercados y enfrentar el colapso de la economía, requiere medidas pragmáticas como lo es realizar cambios estructurales del modelo económico, lo que implica disminuir el Gasto Corriente (burocracia, guerra, pago de intereses de la Deuda Externa) y reformas al fisco y al sistema productivo, en otras palabras, requiere un modelo económico que se centre en el incremento del poder adquisitivo de la gente, la formalización del empleo, diezmar el déficit de balanza comercial que implica fomentar y fortalecer de manera integral la producción nacional.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *