‘DELE, DELE, DELE…’

‘DELE, DELE, DELE…’

Karina Pacheco

Es una ironía que la jungla de cemento es la tierra de las oportunidades, porque el que no consigue trabajo se dedica al rebusque -la gran mayoría-, la supervivencia hace aguerridos a Los Nadie, a los excluidos y condenados a vivir en las sombras.

El gran problema de la jungla de cemento bogotana es la movilidad -puedes durar horas para recorrer 10 cuadras-, y al final de recorrido surge otro grave problema, ¿dónde parquear?, los “parqueaderos públicos” escasean en ciertas zonas y todos sin excepción son un atraco permitido donde el más barato cobra 90 pesos por minuto, un valor exorbitante imposible de costear para un ciudadano promedio que cuenta moneditas para pagar la gasolina. Allí surge una “oportunidad de negocio”, lo digo en tono sarcástico, pero es la cruda realidad de una jungla donde escasean las oportunidades de empleo y progreso, pero apremia el hambre y pulula la pobreza.

En una de las tantas aceras de Chapinero, encontramos una zona de parqueo improvisado, varios carros agolpados a un lado de la calle y un joven que en su vestimenta y rostro se le nota lo duro que lo ha golpeado un sistema que olvida a Los Nadie y los arroja al ´sálvese quien pueda´. Este joven es Carlitos, uno de tantos a quien el Estado le negó la posibilidad de formarse académicamente y que ante las vicisitudes de la vida lo llevó a rebuscarse honradamente la papita.

Carlitos siempre madruga y antes de llegar a su bahía de trabajo, cuenta moneditas para comprar un tintico y empezar el camello con energía, cerca de su estación de trabajo recolecta las cajas que desecha un supermercado, las arruma en una esquina y bayetilla en mano se pone ‘avispa’ para ver qué carro aparece, tan pronto avista el primero espera que parquee y una vez lo hace se escucha, -vaya tranquilo mono que yo le cuido la nave-, acto seguido saca un cartón y lo pone sobre el vidrio panorámico para cuidar la nave del sol. Carlitos siempre está vigilante y tan pronto ve que se acerca el dueño del carro ´se pone mosca´ y se acerca para quitar el cartón, y acto seguido se escucha -dele, dele, dele-, -tengalo, enderécelo que ahí sale mono-; esto se repite muchas veces durante el día; la gran mayoría siempre le dan unas monedas a veces billetes, y eso sí nunca falta el antisocial que no solo no le da nada, sino que es incapaz de bajar el vidrio para tan siquiera dar la gracias.

Carlitos no quiso ser cuidador de carros, pero su bajo nivel de estudio y las necesidades apremiantes lo arrojaron a rebuscársela de esa manera, tras varios años en este oficio ya le cogió cariño, además le permite por lo menos comer dos veces al día y mantener a su esposa y sus dos hijos. La historia de Carlitos es una de entre muchas, porque en la jungla de cemento abunda el hambre y el Estado brilla por su ausencia, así que solo queda la ley de la jungla, donde sobrevive el más fuerte, el que venza lo inhóspito.

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