SABOR Y AROMA A CARBÓN

SABOR Y AROMA A CARBÓN

Karina Pacheco

En la jungla de cemento abunda el hambre y escasea el trabajo, por eso día a día Los Nadie, los excluidos por el sistema, salen a guerrear para conseguir unas pocas monedas que mermen el hambre y espanten la miseria.

En nuestras ciudades pulula el hambre y escasean las oportunidades de conseguir un buen trabajo, son pocas las ofertas y, la pobreza y la desigualdad reducen las posibilidades para que Los Nadie puedan acceder a educación tecnificada y de buena calidad; por eso cada esquina se ha convertido en una oportunidad de negocio donde cada quien explota lo que sabe y lo convierte en su oportunidad laboral, en una esperanza efímera y difusa, para engañar al hambre y al menos llevar un bocado de alimento su hogar.

Rosa tiene los pasos lentos, su cabellera tintada de sabiduría popular, dolencias acumuladas y a su edad debería estar descansando y gozando de la renta, pero en la jungla de cemento Los Nadie no se pensionan y mucho menos reciben protección integral del Estado. Rosita como la llaman en su barrio bogotano, es abuela de dos nietos y su cuidadora porque su madre lleva varios años ‘pastoreando’ (detenida en la cárcel del Buen Pastor), por estar vendiendo vichas. Rosita nunca estudió, su vida se le fue en limpiar casas y lavar ropa, pero hoy, nadie la contrata y como el hambre apremia y la gente abunda en el parque El Tunal, un día decidió hacer empanadas, arepas, chorizos y masato, para salir en las tardes a ofrecerlas en una de las esquinas del emblemático parque capitalino.

En las tardes cuando empieza a enfriarse la jungla de cemento, Rosita en su destartalado carrito de supermercado echa un viejo asador, unos talegos con carbón y cajitas plásticas de las del ‘todo a 5 mil’, donde lleva empanadas, arepas y chorizos listos para asar; como todas las tardes llega en su carrito de supermercado, monta su quiosquito y empieza con el viejo secador de pelo a calentar el carbón, para que salga la brasa y colocar las primeras arepas en la parrilla, espera unos minutos hasta que el carbón encienda y expanda el aroma a arepa y chorizo por todo el parque; con este aviso la gente empieza a agolparse, mientras Rosita con una sonrisa y su voz tierna y afable les pregunta -sumercé, cuántas arepitas va a llevar o quiere un choricito o una empanadita, tengo ají sabroso para que lo acompañe-; así una a una va vendiendo todas sus recetas, tan sabrosas que rara vez regresa a casa con parte de sus productos y cuando eso ocurre, con ellos alimenta a sus niños de 6 y 9 años, que nunca comen en restaurantes o fuera de casa; Los Nadie viven al día y comer en la calle es un lujo.

En ocasiones Rosita no sale sola, va acompaña su escudera de 9 años, que poco a poco le va cogiendo el hilo al negocio, pues ya le sabe ‘dar el punto’ a las arepas y a los chorizos, ya tiene la agilidad para voltearlos sin quemarse y además hace con destreza las cuentas a los clientes. Este el diario vivir, Rosita y su nieta, al ser olvidas y marginadas por el sistema, encontraron en el rebusque una alternativa para sobrellevar la vida, porque el hambre no da espera y las necesidades aplazan sueños y obliga a salir a rebuscar la vida.

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