8M: UN PROYECTO DE VIDA
Emma T
Desde niña tuve una cierta actitud contra las normas y las imposiciones, mi madre decía que era rebelde desde recién nacida. Buscaba formas de canalizar mis ideas e impulsos, no necesariamente en dinámicas políticas, pero si en actividades y formas organizativas.
Trataba siempre de estar ocupada, haciendo cosas además de estudiar. En el colegio me gustaba participar de las actividades más allá de las clases, mi madre siempre me animaba a participar, conocer y aprender muchas cosas. Hacía teatro, participaba del periódico y la emisora estudiantil. Esto hizo que tuviera un cierto reconocimiento o popularidad en el colegio, tanto con los profesores como con los demás estudiantes.
Esa cierta popularidad hizo que pudiera conocer a muchos compañeros y compañeras de estudio, y con ello empezar a tener una cierta conciencia sobre las dificultades que tenían y las dramáticas vivencias con las que tenían que ir al colegio. Situaciones que no se tenían en cuenta a la hora de impartir clases y castigos. Por lo cual, empezamos con otros estudiantes a crear espacios de exigencia dentro de la institución educativa.
Fue así que me relacioné con las luchas y reivindicaciones sociales, empecé a estudiar sobre estas cosas e interesarme más por la política. Curiosamente, algunos profesores trataron de limitar este interés, pero también hubo algunos que por el contrario ayudaron a que esta formación más social y política fuera creciendo.
Cuando estaba entrando a los últimos años del colegio, fuimos víctimas de la violencia policial, solo por participar en un espacio de jóvenes. Al tratar de denunciar, fui perseguida y hostigada, mi madre tuvo miedo y trató de evitar que siguiera ejerciendo esa especie de liderazgo. Esa situación me cuestionó mucho, puesto que ni siquiera había confrontado a alguna institución y ya era señalada y perseguida.
Terminé el bachillerato y con esa espina ingresé a estudiar, la situación económica familiar se complicó y tenía que trabajar para estudiar y no ser una carga más para mi madre. En esas dinámicas conocí una compañera, con la que compartíamos estudio y trabajo, nos reconocíamos en muchas inquietudes e intereses. Juntas empezamos a estudiar sobre el país, las cuestiones sociales y las ideologías, la universidad se prestaba mucho para ello y el ambiente de debate político y de lucha nos animó para interesarnos y conocer.
En esa búsqueda, conocimos espacios de estudio que derivaron en mi interés por el ELN. Busqué la manera de relacionarme, de conocer más. Colaboraba con algunas actividades en mi ciudad, todavía con algo de temor. Hasta que la muerte de un estudiante que protestaba me confrontó de manera contundente; pues, qué sentido tenía luchar pacíficamente si el Estado igual nos mataba, elegí entonces luchar de otra forma y busqué la incorporación al ELN.
Acá he tenido momentos tristes y alegres, dificultades y satisfacciones, he podido crecer como persona y como guerrillera. Hemos iniciado procesos frente a opresiones de género, el feminismo y las nuevas masculinidades, que van ganando cada vez más lugar. Mi madre que siempre me apoyó en mis decisiones, comparte la lucha que damos y es un apoyo en mis momentos difíciles.
Reconozco en el ELN su capacidad de reunir y generar unidad entre miradas diferentes. Hace poco una compañera decía públicamente que ‘el ELN es un proyecto de vida en el que los jóvenes se vinculan’, esto es muy cierto y esa es parte de mi historia, conocí un proyecto de vida, insurgente, revolucionario y socialista del que hoy soy orgullosamente parte y me siento su continuadora.