8M: LA HISTORIA SE REPITE EN BOGOTÁ
Claudia Julieta Parra
El 8M es una conmemoración de origen luctuoso, que con el pasar del tiempo miles de mujeres la convirtieron en una ‘fiesta multicolor’ donde tiene prevalencia celebrar las conquistas sociales y políticas alcanzadas por las mujeres, que jamás renunciarán a luchar por construir un mundo con equidad de género.
Durante centurias, las mujeres siempre hemos sido oprimidas y relegadas por un sistema que nos margina y segrega, dando trato preferencial a los hombres que son vistos como sujetos de más capacidad y proyección, por el simple hecho de su condición de género dominante. Esto nos ha llevado a nosotras a exigirnos más y a la par que luchamos contra las vicisitudes del sistema, luchamos con firmeza por el restablecimiento de nuestros derechos y adquirir cada vez más equidad sociopolítica.
En el marco de nuestras luchas, está el histórico y trascendental hecho que le dio origen al 8M, la masacre cometida contra un centenar de mujeres, que fueron condenadas por el sistema a morir calcinadas por exigir mejores reivindicaciones salariales, como en Salem los inquisidores quemaron a las brujas para apaciguar los intentos de sublevación y sostener el statu quo. Se podría pensar que estos son hechos del pasado, pero en pleno 2024 nos demuestran una vez más que la barbarie y la violencia son el método preferido de los regímenes para acallar las voces disonantes.
En el marco de las multitudinarias marchas del 8M que convergieron en la mítica Plaza de Bolívar en Bogotá, más allá de ser atacadas por la policía militarizada del ESMAD, las asistentes fuimos víctimas de un plan premeditado y sistemático, orquestado por el régimen y ejecutado por las autoridades locales, y no son conjeturas es lo que demuestran los hechos ocurridos.
Sobre las 7 de la noche fuimos arribando a la Plaza de Bolívar, donde pretendíamos continuar congregadas para manifestarnos y reivindicar nuestras luchas, sin embargo, tal como pasa en las fiestas y los bares cuando ya es hora de cerrar, las luces de la plaza se fueron apagando una a una, pero nosotras no nos marchamos, encendimos celulares y linternas y como lo hemos hecho históricamente seguimos resistiendo. Como la oscuridad no nos disuadió, persistieron en el sabotaje y cerraron los ingresos de las calle séptima y octava, ¿nos encarraban para protegernos o para reducirnos y atacarnos al estilo del Rey ‘Piernas Largas’?, acto seguido escuchamos fuertes estruendos como los petardos decembrinos, no había pasado un minuto del estruendo cuando la Pochis me dijo, -me arden los ojos y me pica la nariz-, era evidente nuestra legitima manifestación era atacada por la Unidad Nacional de Diálogo y Mantenimiento del Orden (UNDMO) -antiguo Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD)-, el mismo aparato de guerra pero con nombre y pintura nueva.
Tras el caos desatado por el ataque indiscriminado perpetrado por el ESMAD contra una movilización legitima y pacífica, vinieron los debates superfluos, porque se centraban en si la responsabilidad debería ser asumida por el alcalde Galán o por Petro, por qué no hubo diálogo antes del ataque y disertaciones de este estilo; dejando de lado el asunto de fondo y el verdadero responsable de esta tipo de comportamiento, que no es exclusivo contra las mujeres, sino hacia todo aquel que se manifiesta en contra del régimen y genere la más mínima crítica al statu quo.
El problema de fondo es el mismo que viene desde hace más de 6 décadas y ningún Gobierno sin importar su tiente político o ideológico se ha atrevido a saldar; todo obedece a la Doctrina de Seguridad que ve a los manifestantes y al movimiento social como un ‘enemigo interno’, y todos sabemos cómo tratan los regímenes a los enemigos.
Permitir el libre desarrollo de las manifestaciones y la exigencia de derechos de los ciudadanos tiene implícito deponer la Doctrina de Seguridad actual, y generar una con un veredero sentido humano y en pleno desarrollo de lo que es en sí mismo es un verdadero Estado Social de Derecho; desde luego es algo que no nos va entregar el régimen, por lo tanto requiere la lucha mancomunada de todos sin ningún tipo de marginación o distingo.