Comandante Antonio García

I

La oligarquía liberal-conservadora en alianza con la recién fundada Agencia del Crimen Internacional – CIA, fraguaron el complot para asesinar el 9 de abril de 1948, al líder popular. Ese día, tres tiros de revólver se escucharon a la una de la tarde en la Séptima con Jiménez en el centro de Bogotá, seguidos de gritos de transeúntes: “¡Mataron a Gaitán!”, “¡Mataron a Gaitán!”. Inmediatamente el pueblo liberal estalló en Insurrección, la ciudad explotó.

La ocultación y tergiversación de los hechos del antes y el después de ese 9 de abril, se enmarca en lo que el historiador croata Mirko D. Grmek llamó: “Memoricidio”, para definir la destrucción de la memoria y la cultura del enemigo. A su vez, Gloria Gaitán define el Memoricidio en Colombia de la siguiente manera: “Técnica empleada por la oligarquía para completar el proceso de genocidio después del asesinato de los líderes”.

El magnicidio del “capitán de multitudes de Colombia”, abre nuevas etapas de violencias impuestas por el régimen dominante desde hace más de siglo y medio como forma de hacer política. La receta desde aquel entonces es la misma; mezclas de doctrinas económicas y bélicas del imperio norteamericano y la élite criolla con el fin de imponer sus intereses, por encima de los intereses de la mayoría de los colombianos.

Es de anotar algunos aspectos históricos en los que EEUU, han estado presentes en el dolor de nuestro pueblo. Para 1846 la sociedad de artesanos rechazaba el Tratado Mallarino-Bidlack, con el que las élites gobernantes del país, aceptaron la intervención de los Estados Unidos en tiempos de paz y de guerra: Tratado que aprovecharon para separar a Panamá, en 1903. Y dando licencia año tras año a la injerencia de los EEUU en los asuntos internos de Colombia. Así se llegó al año 1947, en que bajo el dominio militar de los EEUU se firmaba el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca: TIAR, que obligaba a la acción mancomunada en caso de una agresión externa a cualquiera de los países del continente americano. La guerra fría era una realidad en 1948, y la persecución al comunismo era la política del momento.

II

El día 29 de marzo de 1948, llegó a Bogotá el General George C. Marshall, secretario de Estado de los EEUU y jefe de la delegación estadounidense a la IX Conferencia Panamericana, que se iniciaba al día siguiente en la ciudad. El asesinato de Gaitán sirvió de pretexto para que en la Conferencia culparan del magnicidio del líder liberal al comunismo internacional, y tema seguido, el escenario ideal para que el general Marshall propusiera una alianza de todos los países del continente para desplegar un plan anticomunista en las Américas, en el marco de la Doctrina Truman de la: “Contención del comunismo en cualquier parte del mundo”.

En efecto, en la IX Conferencia Panamericana los EEUU hicieron el bautismo a otra desgracia para América: La Organización de los Estados Americanos – OEA.

III

Al año siguiente del asesinato de Gaitán, el gobierno de Mariano Ospina Pérez en nombre del “desarrollo”, (como en todos los gobiernos) siguió al pie de la letra los consejos de la misión enviada por el Banco Mundial, presidida por el economista canadiense Lauchlin Currie, el cual dejó escrito para la posteridad, y como en tinta de sangre, el diagnóstico que en uno de sus párrafos dice:“En Colombia hay un exceso de población rural”. Y así, la guerra de la llamada “Violencia” tuvo su justificación en la doctrina económica.

La política del autoproclamado “misionero económico”, se sustentaba en la prohibición de mejorar la economía campesina, prohibir al campesinado en educación de técnicas agropecuarias y de censurar toda idea de reforma agraria. Su exitosa política económica consistía en enviar a los campesinos a las ciudades para urbanizarlos y explotarlos en las fábricas que se consolidaban tras el desarrollo de la industria del país.

Como contribución en el futuro desarrollo económico, Colombia se terminó de inundar de sangre con los “buenos” consejos del enviado del Banco Mundial. En consecuencia, el desplazamiento forzado de campesinos hacia las ciudades tuvo resultados inmediatos en la creciente producción industrial, y que a la par mantenía bajos los salarios de la naciente proletarización de la “nueva ciudadanía”.

IV

Por otra parte, la Colombia de hoy, debe desempolvar los archivos del Congreso de la República de finales del cincuenta y comienzos de los sesenta, concernientes a los debates que buscaban darle soluciones a los ríos de sangre que recorrían a lo largo y ancho del país: “armar a los colombianos para que se defiendan por su propia mano”, o crear un “grupo intermedio”, de civiles armados bajo las órdenes de militares, proponía el representante Holmes Trujillo, apoyado por los conservadores. Félix Tiberio Guzmán, otro representante solicitaba a los ministros de Guerra y Gobierno que estudiaran la posibilidad de generalizar esas medidas, como un método eficaz.

En lenguaje popular, lo que proponían era la constitución de nuevos grupos paramilitares, el reciclaje de las sangrientas prácticas de control y expoliación rural a las comunidades campesinas por agentes del terror conocida como “chulavitas”, “pájaros”. O lo que posteriormente llamaron “grupos de paz”; creados por el coronel Gustavo Sierra Ochoa en los Llanos Orientales al servicio del Partido Conservador.

Lo que buscaba el régimen por medio del Poder Ejecutivo, era hacerse a una estrategia sólida de contrainsurgencia, de carácter paramilitar, que con la asesoría de EEUU en 1962, incorporaría en la Doctrina de Seguridad Nacional colombiana las directrices del general estadounidense William Pelham Yarborough, en la que una nueva estructura cívico-militar clandestina haría el trabajo sucio de: “presionar cambios sabidos, necesarios para poner en marcha funciones de contra-agentes y contra-propaganda y, en la medida en que se necesite, impulsar sabotajes y/o actividades terroristas paramilitares contra los partidarios conocidos del comunismo”.

En efecto, se le dio licencia a que actores no estatales conformaran ejércitos privados con armas entregadas por el Estado, produciendo nuevas etapas de violencia.

V

Esto es, la punta del iceberg de lo que ha sido siglo y medio de imposiciones de EEUU en Colombia, de acuerdo a sus intereses. Mientras tanto, Gaitán seguirá palpitando en los Macondos de Gabriel García Márquez, en las mujeres y los hombres que luchan contra la hegemonía de los depredadores y corruptos, para restaurar a Colombia con trasformaciones radicales a favor de las mayorías. Porque como decía el “capitán de multitudes”, de la historia y del presente: “Lo que queremos es la democracia directa, aquella donde el pueblo manda, el pueblo decide, el pueblo ejerce control sobre los tres poderes de la democracia burguesa (…) y que además, garantice la equidad en el aspecto económico. Allí donde el pueblo es el pueblo, el pueblo ordena y ejerce un mandato directo sobre y en control de quienes han de representarlo.”

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